Capítulo 8
Mi pequeña estancia en Londres provocó en mi un océano de sentimientos. Ciertos recuerdos vagan por mi mente sin descanso y sin orden entre ellos. Paralelamente rondando por mi cabeza. Eso sí, puedo decir con total cordura que lo que me encontré al llegar a la casa de los Thurmond esa noche nunca lo podría olvidar. Os habréis fijado que nunca lo llamé “mi casa”, pues después de los acontecimientos que se sucedieron allí nunca la consideré como mía.
Esa
fría noche de Diciembre, con todas las fuerzas con las que pude
disponer, llegué allí. A la pequeña casa adosada. La vislumbraba
desde la esquina de enfrente. Desde mi situación podía ver cómo
todas las luces de la casa se encontraban encendidas. Me parecía
increíble que después de dos horas no hubieran salido a buscarme, o
al menos una llamada. No hay nada tan famoso como la puntualidad
británica.
De
repente, empecé a observar movimiento en la casa. Diversas sombras
correteaban las escaleras de arriba a abajo. Una, dos, tres,...
Definitivamente Thomas y Angelina no estaban solos. Me puse nerviosa.
Si supuestamente esta noche salíamos de viaje, no sé cómo era que
tenían visita.
Decidida,
tras unos minutos titubeando en cual sería mi siguiente acción, me
puse en marcha. Al llegar a la puerta que daba al jardín trasero,
sin pensármelo, la crucé. Intuitivamente procuré hacer el menor
ruido posible, como un ladrón. Pensé en si mi padre se habría
enfrentado a una situación como aquella y si la había ejecutado
mejor que yo, con más profesionalidad.
Me
situé delante de la puerta trasera de la casa. Cada vez me ponía
más nerviosa. Un sudor frío recorría mi cuerpo. Sentía miedo,
náuseas,... No sabía qué había pasado, pero mi mente se ponía en
lo peor.
Acerqué
el oído derecho a la puerta, que es con el que mejor escucho de los
dos, y tras asegurarme de que no había nadie al otro lado, abrí la
entrada.
No
hizo falta abrirla completamente para ver el macabro desastre que
había en el salón. Al fin descubrí por qué los señores Thurmond
no habían venido en mi busca.
Allí
estaban. En el salón. Tirados en el suelo con un tiro en la cabeza
cada uno.
Me
tapé la boca para ahogar la sensación de pánico que inundaba mi
ser. Lo que menos me esperaba era eso. Estaban muertos.
Me
fijé en Thomas, en su cuerpo inerte. ¿Cómo podía haberse dado esa
situación? De repente, vi un papel en su mano. Una carta. Me agaché
para cogerla y empecé a leer:
“Lo
siento. Lo siento mucho. No puedo justificar la razón por la que he
pagado mi ira con la vida de otra persona. Es horrible. Por eso
mismo, sanaré mi mal entregando también la mía. He matado a mi
esposa y pagaré por ello en el infierno.
Cuiden
de mis hijos mejor de lo que yo lo hice.
Thomas
Ridley Thurmond”.
Con
el papel aún entre mis manos giré mi cabeza hacia el cuerpo de
Angelina. El tiempo se había detenido para mí.
“¿Por qué?”
No
podía dejar de preguntármelo.
“¿Qué había llevado a esta
situación?”
Mis ojos fueron directos a la bolsa que colgaba de
mi hombro. No, no podía haber sido por eso. Pero, ¿y qué hacía yo
ahora? Tenía que llamar a la policía, no puedo dejar esto así...
De
repente, suena ruido en los pisos superiores. Hay alguien más en la
casa.
Estaba
completamente asustada. Me guardé la nota e hice el intento de salir
de la casa. De repente, recordé el sobre. Miré en dirección al
despacho de Thurmond y fue entonces cuando empecé a oír los pasos
más fuertes, bajaban la escalera.
Sin
pensármelo dos veces, salí como alma que lleva el diablo por la
puerta trasera de la casa. Mi huida fue más desastrosa: al soltar la
puerta esta hizo demasiado ruido cuando golpeó el marco de la
puerta.
Mientras
corría calle adelante podía notar como alguien me observaba desde
mi habitación, como caía sobre mi la mirada de un ser que hubiese
sido mejor que evitase conocer. Minutos después de salir corriendo
de la casa oí el rugido de un motor de coche, venían por mi.
¿Sabéis
cuando en las películas de comedia policíacas el ladrón sale
corriendo sin ni tan siquiera saber por qué medios va a escapar? Yo
estaba en esa situación. Mi mente trabajaba en averiguar cómo iba a
hacer yo para escapar del destino de la muerte, si es que me iban a
matar quienes fuesen que me perseguían.
Giré
hacia la derecha cuando mis piernas me lo permitieron en un intento
de darles esquinazo. Mientras seguía corriendo vislumbré un chico
que estaba repartiendo pizza en una moto. Moto... Es verdad que tenía
carnet de coche, pero nunca había cogido una moto. Siempre hay una
primera vez para todo.
El
chico, supongo que en un despiste, dejó las llaves puestas y su
casco en el vehículo; por fin me sonrió la suerte.
El problema, no
sabía arrancarla. Primer intento. Segundo intento. El coche negro ya
había aparecido al principio de la calle. Por favor abuelo, que
funcione...
La
moto arrancó.
Y mientras el chico salía enfadado del edificio donde
había hecho el reparto, yo salía a escape. El viento azotaba mi
cara y mecía mis cabellos, aunque eso no era motivo de felicidad, no
hasta que les diera esquinazo a mis perseguidores.
Me
llevé más de un susto con el vehículo de dos ruedas, y juré que
si en cualquier otro momento me veía en esa situación cogería un
coche u otro piloto.
Salimos
de Londres, salimos porque mis amigos del coche no dejaron de
perseguirme. Pero hubiera preferido haberme quedado en la ciudad
porque, una vez que salimos campo a través, empezaron los
disparos.
Mi
mal pilotaje me salvó de las balas, pero los nervios me perdían y
sabía que como no empezará a acelerar más me acabarían cogiendo.
Aceleré,
aceleré mucho. Mantuve la moto firme. Y sí, me dio una bala.
Para
mi buena suerte me rozó el hombro. Dolía, escocía mucho, pero
estaba agradecida de que solo hubiera sido eso.
No
sé de dónde sacaba las fuerzas, tal vez debía tener una legión de
ángeles de la guarda, pero seguí acelerando. Los tenía cada vez
más lejos. Sí, me los estaba quitando de en medio.
Giré
la cabeza para ver la distancia a la que los tenía, los había
dejado bastante atrás. Pero, al mirar de nuevo a la carretera, lo
único que vi es como iba directa a una curva peligrosa.
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