martes, 4 de junio de 2013

Capítulo 5

Capítulo 5

Quiero gritar. Cualquier maldición o insulto que diga no podrán expresar cómo me siento realmente al ver todas mis cosas tiradas por la habitación.
Desde el fondo de la habitación hasta la puerta iba ordenando, uno a uno, todas las cosas del cuarto con una lista mental para ver si, en efecto, habían encontrado algo de interés para llevarse. No quería ser desconfiada a estas alturas, pero ver que solo habían registrado mi cuarto me daba a pensar de que estaban buscando mi libro, que las personas que mi padre había dicho me habían localizado.
Sin descanso recojo toda mi ropa y mis objetos personales, que meto en el armario y en la mesita de noche. Suelto mi bolso encima de la cama y miro el reloj. Cuando veo la hora, las tres de la tarde pasadas, me doy cuenta de que estoy muerta de hambre, por lo que bajo a prepararme algo de comer. Llevo conmigo la foto de mis padres con el objetivo de buscar algo con que pegar las dos partes en las que ha sido dividida la fotografía.
Al llegar al piso de abajo voy directa a la cocina, especialmente en dirección a la nevera. Encuentro las sobras de la cena de anoche. Las cojo y las meto en un gran plato y directo al microondas. Mientras la comida se calienta voy al despacho de Thomas, pues seguro que allí ahí cinta adhesiva o cualquier cosa. Entro y empiezo a mirar si hay algo por encima del escritorio. Nada. Asustada por si me estoy inmiscuyendo demasiado en la intimidad de mi padre adoptivo empiezo a mirar en los cajones por si encuentro algo que pegue. En el primer cajón no hay nada; en el segundo, tampoco; en el tercero, más de lo mismo; en cambio, en el cuarto encuentro lo que buscaba. Saco la cinta adhesiva, pero hay algo que me llama la atención. Un sobre grande, con el tamaño de una carpeta. No sé si sacarlo, pero el interés me come por dentro, y más si en la portada del sobre pone: “MISIÓN CYC. ALTO SECRETO”. ¿Habría otro agente secreto en la familia? -Rio para mí-.
Me siento en la silla del despacho y abro el sobre. No fue difícil porque ya fue abierto con anterioridad, no estaba pegado. Suena el microondas, pero tengo demasiada curiosidad por el contenido del sobre como para hacerle caso.
Al abrirlo lo puedo leer con más detenimiento.

<<Misión cariño y captura.
Objetivo: Loreen May Yeatts. Huérfana. Hija del famoso ladrón Cooper, antiguo agente especial de la CIA ya muerto.>>

Me da un ataque de pánico tras leer lo que he leído. Quiero continuar leyendo pero oigo como alguien está metiendo las llaves en la cerradura de la puerta principal de la casa. Ya están ahí.
Guardo todo lo deprisa que puedo el gran sobre con la intención de poder cogerlo una segunda vez. Corriendo salgo del despacho para que no me vean. Por suerte este se encuentra al final del pasillo, con lo que desde la puerta no se ve, y al estar enfrente del baño puedo hacer como si acabase de salir de él.
Aparentemente con paso tranquilo y física y psicológicamente asustada me voy acercando a la puerta principal para dar la bienvenida a los recién llegados.
-Buenos días, Loreen. - Me dice la señora Thurmond dándome un beso en la mejilla.
-Buenos días Angelina. - No sé cómo actuar ahora por lo que me dirijo hacia la cocina a recoger mi comida.
El señor Thurmond ni siquiera me saluda. Es como si no estuviera entre nosotros, sino en un mundo paralelo.
-¿Habrá que preparar algo para comer, no? - Dice Angelina muy animada, intentando llenar el vacío que provoca su esposo.
- Yo no tengo hambre. Voy al cuarto a echarme un rato querida. - Dice Thomas con aire cansado. La tensión de los últimos días le está pasando factura y esto no ha acabado aún. Lo que él aún no sabe que acabará pronto.
No le quito la vista de encima hasta que se pierde por las escaleras. No sé que es lo que quiere de mí, pero lo averiguaré.
-Loreen, ¿comemos algo? - Insiste Angelina.
-Señora yo ya he preparado mi almuerzo, pero no tendré ningún inconveniente en acompañarla en la mesa.
El almuerzo se me antoja largo. El tiempo que estuvimos comiendo le estuve intentando sonsacar información a la señora Thurmond sobre el estado de su marido. La información que conseguí fue que según lo que me contaba, el señor Thurmond llevaba una mala racha en la empresa en la que trabajaba y tenía miedo por su puesto de trabajo. Continuaba diciendo que tal vez nos deberíamos quitar muchos de nuestros caprichos, pero que todo el esfuerzo que su marido pusiera sería recompensado una vez terminada su tarea.
No me lo creía.
Lo intenté poner en el contexto de la carta, pero yo debía ser demasiado tonta pues no le encontraba mucho sentido. Tal vez podría ser verdad, que estén a punto de despedirlo razón por la que está tan cansado. Quizás esté consiguiendo méritos para que no lo echen. Pero en mi lugar en esta historia, después de la carta de mi padre. después del descubrimiento del sobre escondido... Todo se me antoja muy raro y he empezado a tener la manía de sacar las cosas de contexto. De pensar que el trabajo que tiene soy yo y de que la mala racha que tiene es no tener mi libro. 
Suspiro.
Me levanto de la mesa al terminar tanto la comida como la conversación. Pongo las cosas en el fregadero y me dispongo a salir de la cocina. Antes de salir la señora Thurmond me llama.
-Loreen olvidé comentarte una cosa. ¿Esta tarde trabajas?
Pienso antes de contestar- Sí, entro en una hora.
-¿A qué hora sales, si se pudiera saber?
-Terminaría entre las ocho y media y las nueve. ¿Por qué lo pregunta?
-Thomas y yo habíamos pensado de ir mañana a visitar a los niños al colegio y de tomarnos unas vacaciones.-Me sorprende que un viaje no esté dentro de los caprichos que debamos ahorrarnos.- Pensamos de salir esta noche para, de camino, hacer una visita a los padres de Thomas a las afueras de la ciudad. Por lo que prepara tu maleta en cuanto puedas, te la llevas contigo e iremos a buscarte a la tienda para salir de ahí directamente, cuanto antes mejor. ¿Te parece bien?
-Sí, claro. Perfecto. Subo a hacer la maleta entonces.
Salgo de la cocina y subo hasta la buhardilla. Empiezo a hacer la maleta. Ni siquiera me ha dicho dónde vamos para hacer la maleta según el destino, aunque parece que ni siquiera ellos mismos sepan dónde nos dirigimos. Por lo que de la misma forma que metí toda mi ropa horas antes la vuelvo a sacar. Cojo la maleta grande que traje del orfanato y ahí meto todo mi armario. Total, no puedo presumir de tener un gran armario, así que tampoco mi maleta hará mucho bulto.
Tras tres cuartos de hora arreglando la maleta, bajo hasta el piso de abajo cargando la maleta y mi bolso. Me despido hasta dentro de unas horas y salgo de la casa por la puerta de atrás. Tras descubrir dónde se encontraba la tienda, vi que cortaba camino saliendo por la puerta trasera de la casa. Esta daba a un pequeño jardín, pero como nadie utilizaba la puerta el jardín estaba muy mal cuidado. Abro el portón del jardín que da a la calle y me dirijo a mi destino. Cuando ya he caminado varios metros, instintivamente, me giro para mirar la casa. Es muy bonita. Lástima que aunque no lo sepa, no podré volver a disfrutar de mi bonita buhardilla, de la chimenea del salón, de la gran cocina... Porque nunca más podría volver a esa casa.
El mismo cansancio que experimenta el señor Thurmond lo llevo yo encima. Y es que necesito un respiro, unas vacaciones. En estos tres días he descubierto más cosas que en toda mi vida. Los descubrimientos deberían cesar algún día, lo que yo no sabía era cuándo.

Una hora antes...
El señor Thomas iba subiendo las escaleras con las fuerzas que le quedaban. Sus pies parecían de plomo. Le costaba demasiado tanto esfuerzo. Cuando llegó a la segunda planta se le ocurrió al idea de volver a subir a seguir buscando, pero la niña tres plantas más abajo... Era demasiado arriesgado, se exponía a ser descubierto. Por lo que desechó la idea.
Entra en su cuarto y se va desnudando, quedándose en ropa interior. Se mira al espejo y ve como su cuerpo, antes atlético, se va deteriorando por la falta de comida y el estrés que lleva soportando esta semana. De esa guisa se tira en la cama haciendo el máximo esfuerzo por dormir, aclarar las ideas y despejarse. Nunca en su sano juicio se habría imaginado a él mismo en esa situación. Parecía de película. Tal vez mañana, cuando llegaran sus jefes, le descubrieran que todo había sido una cámara oculta. Que la niña le enseñara el libro y que pusiera en la primera hoja y bien grande: “INOCENTE”. Pero, a pesar de todos sus intentos por imaginarse esa situación, sabía que mañana no era el día de los inocentes, que nada de eso era una broma, que era la vida misma, que unos locos le habían obligado robar a una niña sin familia la cual ni siquiera estuviera al corriente de la situación. 

No, no era una broma.

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