Capítulo 4
Un nuevo día empieza en la casa de los Thurmond.
Thomas se despertó a las 5:19 A.M. sin poder dormir, entre muchas razones se debía a que la cama era tan pequeña que había sufrido molestias durante toda la noche y la otra razón, la más probable, era la visita de sus “jefes” de este viernes. Después de haber limpiado los platos de su desayuno, haber arreglado los papeles del escritorio de su despacho, haber barrido y haber limpiado el desorden que esos días amenazaba la casa, se acerca a mirar el calendario. 15 de diciembre. Martes. A tan solo tres días de que reciba la visita Thomas aún no sabe cómo va a coger ese libro. Podrían haberle dicho cómo era al menos, ya que él nunca lo había visto y de haberlo visto no se había fijado en él. No, no lo había visto nunca. Desde que Loreen llegó a la casa nunca le había quitado el ojo de encima por si en algún momento de despiste conseguía su objetivo y se quitaba ese trabajo tan poco adecuado de en medio. Pero nunca había tenido la oportunidad. La chica es tan reservada... Casi nunca salía de su habitación y él no podía entrar entonces a registrarla. Parece que él no está hecho para el robo, ni para desvalijar, ni para nada. Un simple empresario de clase baja-media. Siempre había vivido por y para su oficina hasta que lo echaron. La empresa había tenido algunos problemas financieros y empezaron a echar a los empleados más prescindibles. Y él había sido el primero. Por suerte, estos señores les había conseguido un puesto en una mediana empresa pero con la que, al menos Thomas, se sentía realizado. Oye pisadas, alguien baja por la escalera. Instintivamente se pone alerta por si tiene que actuar, aunque cuando se vuelve hacia donde se encuentra la escalera Angelina está al pie de ella.
-Buenos días...- Le dice de mala gana su mujer. No le ha echado de menos en toda la noche. Cuando mira la cara de Thomas no ve al hombre del que se enamoró hace 20 años, ve a un hombre terriblemente asustado que no es capaz de proteger a su familia, sino de mandarla directamente al matadero.
-Buenos días.
La mujer se dirige hacia la cocina para desayunar. Café y tostadas. No tiene más comida, lleva dos días sin ir a hacer la compra.
-Llamaron anoche.- Dice como si se hubiera convertido en lo más normal de sus vidas.
El hombre frena en seco. Otra vez y esta vez a su mujer. Tanta insistencia no era normal. Vale que quisieran ya ese libro, pero ¿por qué llamar dos veces al día para decir lo mismo?
Se aclará la garganta.- ¿Qué te han dicho?
-Me dijeron que fuera preparando café y que haga unas pastas caseras que vendrán pronto a visitarnos, para que nos vayamos haciendo al cuerpo.
Suena el despertador.
Lo apago.
15 minutos después.
Suena el despertador.
Lo apago.
Otros 15 minutos después.
Suena el despertador.
Lo apago.
Algo peludo empieza a subir por mi cama. De repente me está dando lengüetazos en la cara. Abro los ojos y veo a la cosa más bonita que he visto en este mundo. Chachito.
-Hola bonito...- Le digo mientras le hago cariñitos.
Miro el móvil.
Las 10:45. 15 de diciembre de 2009. Alarma: “KUNG FUUUUUUU”.
Pego un salto que hace rebotar toda la casa. Había olvidado que había pasado las clases de Kung Fu de la tarde a la mañana. Me quedan 15 minutos y como llegue tarde me hará hacer abdominales.¡ Maldita sea!
Me visto con lo primero que cojo del armario,agarro mi bolso, bajo los escalones hasta la cocina de dos en dos, me meto en el cuerpo un vaso de leche y una galleta sin ni siquiera masticarla, y salgo de mi casa.
Mientras corro por las calles londinenses recuerdo que Chachito seguía en mi casa, no sé si cerré la puerta de mi cuarto... Solo espero que no llegue nadie a la casa antes que yo.
Después de un rato corriendo cruzo al última esquina antes de llegar y es cuando veo el gran gimnasio de Artes Marciales. Miro el reloj: las 11:02. Madre mía...
La clase transcurrió con normalidad. Pasé de las batallas y de las técnicas, aunque no tuviera nada que ver cogí el saco de boxeo y descargué todo contra él. Lo hacía cuando tenía demasiadas cosas en la cabeza y ahora mismo me encontraba en ese tipo de situación. Nuevas revelaciones. Mi vida había sido una mentira. Tal vez exagere, pero me he dado cuenta de que no conocía a mi padre para nada. Ni cuando tenía 6 años ni hace dos días. Dos horas pegando puñetazos a un saco dejan secuelas, sobre todo cuando hace tanto que no lo hago. De todos modos la diferencia es bastante significante teniendo en cuenta que antes se los pegaba a la pared.
Durante uno de mis descansos mi shifu se acercó para calmar mis ánimos.
-Lori, ¿podríamos hablar o estás ocupada?- Dijo con total calma.
-Sí, claro señor.
Ese hombrecillo menudo me guió hasta uno de los bancos que había en un extremo de la sala, alejado de cualquier contacto con el resto de mis compañeros.
-Se te nota tensa, muchacha. ¿Problemas en casa? -Dice con total naturalidad.
-Para nada... Tensiones acumuladas por el trabajo. -Miento.
-Sabes que para cualquier cosa me tienes aquí, si necesitas ayuda por alguna razón no tendré problema en ayudarte.
¿¡Por qué será que ahora todo el mundo quiere ayudarme!?
-No, gracias shifu. -Me inclino ante él y me dirijo hacia el saco para continuar pegando puñetazos.
Sigo media hora más pegando puñetazos, pero pierdo rápidamente el interés. Por lo que salgo del gimnasio y del mismo modo en el que vine me voy a casa. Mientras corro siento un pánico atroz a que Thomas o Angelina hayan descubierto a mi pequeño amiguito vagando solo por la casa. Con otras cosas no, pero con los animales son muy estrictos. Su hijo mayor es alérgico a los perros.
Al llegar a la casa descubro que no hay nadie. Ni siquiera está el perro. Lo llamo. Lo vuelvo a llamar. Ya no lo llamo, le exijo que aparezca ante mi aunque sé que no está en la casa y que de estar allí no me entendería. Corro por toda la casa para buscarlo. Desde el piso de abajo hasta la buhardilla. Pero me llevo el mayor susto cuando llego a la buhardilla, a mi cuarto.
Todo el cuarto está patas arriba. Mi ropa está sacada del armario, tirada por todo el cuarto. Los cajones están sacados de sus respectivos muebles. Folios, zapatos, joyas, espejos rojos, la cama desecha,... Todo está tirado por el suelo. Han registrado mi cuarto. Miro si me han robado algo, pero los ladrones iban buscando algo muy especial pues la única habitación en ese estado es la mía. Busco la foto de mis padres, lo único que podría echar de menos si la perdiera. La encuentro. Está rota. Una lágrima aparece por mi rostro. Bueno, un buen pedazo de cinta adhesiva lo arregla todo. Por instinto cojo mi bolso que lo llevo aún colgado, lo abro y ahí está. El libro sigue estando dentro. Si venían buscándolo no han dado con él y si buscaban otra cosa espero que la disfruten...
La casa se encuentra totalmente vacía, un silencio atronador la invade. Pero es suficiente para que se oiga en un susurro lo único que puedo decir:
-Malditos.
Una hora antes, en el mismo lugar:
-Maldita sea, Angelina. ¿Dónde guardará esta niña el libro de las narices? - Dice enfadado Thomas, que después de media hora buscando no encuentran nada. Están igual que al principio.
Angelina acaba de entrar en la habitación. Al entrar se encontraron con la puerta cerrada y al abrirla vieron un bonito perro Golden durmiendo encima de la cama. Angelina lo cogió y lo sacó de la casa. Nunca habían aceptado animales dentro de ella y no iba a cambiar su decisión al respecto. El perro salió corriendo calle abajo. Ya sería problema del que se lo encontrara.
-Yo que voy a saber... Sigue rebuscando. Quién nos dice que no lo ha guardado dentro del armario...
Su marido como si de un robot se tratase saca toda la ropa de la muchacha con la intención de que caiga también el cuaderno. Sin éxito. Con ojos de lunático agarra los cajones y los saca del mueble para volcar todo su contenido. Uno a uno ve como las posibilidades de encontrar el tesoro se esfuman.
-No está aquí Thomas, dejemos esto ya.-Pide suplicante su mujer.
-¡No! ¿Sabes lo que significa, no? Tú quieres que vengan, ¿verdad? ¿Crees que no nos harán daño? Angelina, mi amor, no tendrán escrúpulos con cualquiera que esté por su camino. - Angelina ve como su marido va perdiendo poco a poco el norte. No sabe cómo han podido llegar a esta situación y no puede evitar sentir que esta no es la mejor solución.
-Thomas, vámonos ya. En la habitación no está. Te juro que como no salgamos de aquí... -La amenaza no termina de cumplirse porque su marido sale corriendo de la habitación. La pantalla de su teléfono se acaba de iluminar. Lo están llamando y debe responder.
-Buenos días Thomas, ¿cómo estáis?- Una risa inocente suena al otro lado del teléfono para continuar.- Creo que preferimos ir al grano. ¿Hay mejoras? Bueno te lo diré para que lo entiendas: ¿Habéis hecho algún progreso?, o mejor aún: ¿habéis encontrado el maldito libro?- Suena ya enfadado, cansado.
-Bueno...-Empieza a dudar sobre cómo decirle las novedades, si es que hay algo nuevo.
Pero no le deja continuar.
-Vale.- Se oye como discute con otra persona que esta con él.- No nos esperes el viernes.- Sentencia.
El señor Thurmond no es capaz de reaccionar. No se puede creer que le hayan dado más tiempo, es un milagro divino. La felicidad que le invade es tan grande que se le escapa una gran carcajada.
-Nos vemos mañana.
Suena el pitido final de la llamada. Ya les han vuelto a colgar, una vez más. Un cambio en la historia. Cualquier felicidad que pudo aparecer hace 30 segundos se ha vuelto a escapar. Mañana.
Con tan solo tres palabras les ha fastidiado la existencia. Mañana. Mañana. Mañana. Mañana... Tienen menos de 24 horas para poder ahorrarse la visita definitivamente. Si es que sus amigos no han decidido por su cuenta ir finalmente, consigan o no su preciado tesoro.
Lo que no sabe el señor Thurmond es que esa llamada ha sido realizada desde más cerca de lo que él se cree. Y es que un BMW Serie 5 Gran Turismo Pack M Sport de color negro llevaba desde hacía una hora aparcado en la acera de enfrente, justo delante de la puerta de los señores Thurmond, y sus conductores no pensaban moverse de allí hasta que no encontraran el mejor momento.
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