Prólogo - El principio del fin
Tal vez había cometido muchos errores en mi vida. Tal vez debería haber
tomado clases de danza en vez de ir a una escuela de Kung-fu. Tal vez debería
haber continuado mis estudios en vez de comenzar a trabajar en la tienda de
animales del barrio. Tal vez debería haberme quedado viviendo con mi familia en
vez de escaparme de casa. Tal vez no debería haber salido corriendo y que esa
misma noche de Diciembre me hubieran matado... Nada de lo que he hecho durante
estos años habría pasado, aunque pensándolo mejor tomé la elección correcta. Mi
destino era éste y hasta hace poco he sido feliz en esta vida, pero me he
equivocado de carril y he acabado en un maldito boquete en una prisión de no sé
dónde...
Me han abierto la puerta en innumerables ocasiones para que saliera a lo
que ellos llaman patio de recreo, pero el frío y la inseguridad que siento al
no tener a mi grupo conmigo me lo impide. Además nadie me está esperando fuera
para jugar, por lo que no me hace tanta ilusión salir a tomar el aire, desde
hace semanas mi único objetivo es salir de aquí. Y cuanto antes mejor.
Estudiando las multitudes de preguntas que tenía, predije que tal vez ésta
fuera una de las fortalezas de reeducación para criminales perteneciente a la
CIA. De entre todas, según la situación y el clima que hace, debería ser la de
Transilvania, aunque tengo la pequeña duda de si me encontraré en el continente
europeo... -Escuché cómo alguien, al juzgar por el ruido de pisadas, más de una
persona, se acercaba hasta dónde me encontraba, por lo que despejé mi mente y
preparé mi escenario de teatro. Vi una piedra en la esquina de la habitación,
la puse sobre mis rodillas y empecé a hablar considerablemente alto.
- Sí, sé lo que pensarás: ¿Criminal? ¿Yo? ¿Cómo puede ser? Pues así es. Si
es que no sé cómo esta gente puede pensar algo así de alguien como yo...
Mientras seguía con mi actuación agudicé el oído para oír que se decía
fuera, eso era lo único que se me ocurría para recoger un poco de información.
Fuera de la habitación.
- Celda 201 – decía una voz dura, tal vez de hombre-, valiente prenda
tenemos aquí metido. La doctora lleva trabajando con esta desgracia humana un
mes y siguen como el primer día. Lo tienen drogado desde que llegó, no hacemos
más que meterle pastillas en las comidas, sino no lo tendríamos controlado...
-¿Pero cuál es el problema? Míralo, el desgraciado está hablándole a una
piedra. No creo que sea muy difícil comerle el tarro a un ser de su calaña.-
Éste se trataba de otro muy distinto, una voz dura pero no tan estridente como
la primera.
- ¡Ja…eso es lo que creen todos! Pero no, este salvaje es más listo de lo
que pensamos...-Acercó la cabeza a la reja de la habitación y nuestras miradas
se cruzaron, enseguida la desvió, se separó y empezó a golpear la puerta.- ¡Tú!
¡Prepárate que la doctora tiene algo muy especial preparado para ti!
Mientras ambos se alejaban se pudo oír entre risas: “No sabe lo que le
espera...”
Como un puñal se clavaron sus últimas palabras en mi mente.
Tenía razón en que mi inteligencia era superior a la suya. Desde mi primer
día aquí me estuvieron metiendo en todas las comidas pastillas tranquilizantes y somníferos. Salvo el primer día que me los tomé todos
sin querer, los demás los estuve extrayendo de las comidas y amontonándolos debajo de la almohada por si en algún momento los necesitaba, seguro que me
serían de gran utilidad. En segundo lugar, la doctora, si se le puede llamar
así, se trata de una agente especial de la CIA. Según la información que recogí
con Terry con anterioridad, es una mujer de mediana edad, puede estar entre
los 50 y 60 años, que no tuvo estudios. Su padre era agente de la CIA y entró
por enchufe a una de las vacantes que quedaban en el sector de psiquiatría.
Nunca llegamos a averiguar cómo, pero sus métodos tuvieron una gran
efectividad, con lo que fue subiendo puestos rápidamente. Poco más pudimos
averiguar pues fue una misión que se nos complicó bastante, como otras muchas,
pero menos es nada.
En un período limitado de tiempo esa escoria iba a volver a por mí y por fin descubriría qué era exactamente lo que esa loca hacía con los criminales y locos que llegaban hasta sus salas, quirófanos, cámaras de gas o lo que fuera que hubiese en ese lugar.
Según había visto en el poco tiempo que llevaba aquí, poca gente salía de allí, y los que volvían no eran ellos mismos. Uno al que llamaban “Connor, el carnicero” (creo que no es necesario explicar por qué lo llamaban así) fue citado por la doctora y volvió con una flor en la mano y una cara llena de felicidad. Me dijo que había pensado ir a África a ayudar a los niños que estaban pasando hambre. Y para colmo me regaló la flor. Mientras que un muchacho, no más mayor que yo, llamado Bobby había sido encarcelado según me contó porque robó en una tienda para conseguir comida para sus hermanos y su madre, que estaba muy enferma. Supo de mano de los guardias que la pobre mujer había muerto. Pues a ese en cambio, fue muy asustado a aquella cita, se despidió de mí diciendo que era lo mejor que había conocido en toda su vida, y cuando lo vi volver me alegré durante unos segundos hasta que me fije que lo traían arrastrando y es que estaba muerto...
Suspiré.
Quién me iba a decir a mi 3 años atrás que yo iba acabar en este sitio a la espera de la muerte. Tendría que pensar un plan rápido porque en nada de tiempo vendrán a buscarme y no podré hacer nada...
Con los nervios a flor de piel empecé a dar vueltas por esa pequeña habitación esperando a que una idea llegara a mi cabeza por arte de magia. Pasaron los minutos. Pasaron las horas y no había piedra que mover, llave que robar ni compañero que viniera a mi rescate. Iba a morir o a perder el norte, que no sabía que era peor, y no iba a poder hacer nada por evitarlo. De repente abrieron la puerta y aparecieron dos hombres vestidos con una chaqueta de cuero negra. Entre los dos me cogieron cada uno por un brazo y me levantaron de la esquina donde me encontraba echado.
-¿Axl o Loreen? ¿Cómo prefieres que te llame preciosa?
Le escupí en la cara como pude y éstos embravecidos me sacaron a rastras de la habitación.
Valentino, Terry, Carmen, TJ, Matt... Tantas personas aparecían por mi mente. ¿Éste sería mi final? Mi mente se encontraba dividida en dos, en un mi vida pasaba con si una película se tratase. Cada uno de mis planes, los fallos cometidos en ellos, los secretos que tenía a mi banda, mis padres... Una lagrima parecía que iba a aparecer en mi rostro sucio, pero no apareció. En cambio, la otra mitad no había parado a descansar y ahora que subíamos por un largo pasillo empezaba a buscar más formas de escapar de este sitio. La escalera resultó larga y por si no era de esperar de caracol. En una de las ventanas que encontré vi un cielo oscuro, nubarrones de tormenta invadían todo el cielo y la lluvia no podía caer con tanta fuerza como esa noche. Al fondo me pareció ver la sombra de un aeroplano...¿Valentino? Imposible, no podría ser él... Seguíamos subiendo y pasamos una puerta que había a uno de los lados del pasillo. No me lo pensé dos veces.
Propiné un codazo en el estómago a uno de los hombres. Mientras ese se retorcía de dolor me dio tiempo a girarme para ver los ojos negros del otro hombre, que era aún más grande que el otro. Me dio un puñetazo que me tiro al suelo del golpe. Me toqué el labio. Me lo había roto. Cuando volvía a agacharse para recogerme del suelo y seguir nuestro camino, en acto de defensa propia le propiné una patada en sus partes íntimas.
-Hija de puta... Como te coja te mato... -Gritaba como podía a causa del dolor.
Me reí para mí. Le di otro puñetazo al otro tío y salí escopeteada por la puerta. Le seguía un amplio corredor, pero no me fijaba mucho en los detalles, eso sí, tenía grandes ventanales y se veía como empezaban a aparecer los primeros truenos seguidos de sus rayos. Parecía de una película de miedo. Después del mes y medio sin moverme, mi actitud física se había deteriorado un poco, pero a pesar de eso salí corriendo como el rayo. Uno de los ventanales daba a un balcón. Me planteé salir por la fachada, no sabría si podría aguantar eso. De repente, de un portazo, los dos bestias salieron corriendo en mi dirección. No me lo pensé más veces y salí al balcón. Rápidamente calculé que éste podría tener unos 3 metros de largo por 4 de ancho. Corrí con todas mis fuerzas hasta la barandilla y vi la altura desde la que me encontraba. Para mi mala suerte, estaba sobre un acantilado con un mar considerablemente en mal estado, pues ninguna persona en su sana cordura se tiraría al ver las olas que había desde una altura como la mía. Nunca había sufrido vértigo hasta ahora. Me volví a girar para pensar en otro plan y vi como esos hombres, lentamente disfrutando de su victoria, se acercaban a mí con ganas de tenerme entre sus manos. Solo había una cosa que podría hacer. ¿Podría ser mi final? Sí, tal vez aquí se acabaría mi historia y solo podía pensar en esos padres que casi ni había conocido, en esos compañeros con los que había vivido tantas experiencias y en ese hombre que había hecho que sintiera cosas que nunca había sentido. En ese comienzo. El principio de los principios, cómo yo, una chica de instituto cuya vocación siempre había sido la investigación y la psicología había acabado en estas condiciones. En una prisión en el fin del mundo, a punto de morir sin haber empezado a vivir.
-Hija de puta... Como te coja te mato... -Gritaba como podía a causa del dolor.
Me reí para mí. Le di otro puñetazo al otro tío y salí escopeteada por la puerta. Le seguía un amplio corredor, pero no me fijaba mucho en los detalles, eso sí, tenía grandes ventanales y se veía como empezaban a aparecer los primeros truenos seguidos de sus rayos. Parecía de una película de miedo. Después del mes y medio sin moverme, mi actitud física se había deteriorado un poco, pero a pesar de eso salí corriendo como el rayo. Uno de los ventanales daba a un balcón. Me planteé salir por la fachada, no sabría si podría aguantar eso. De repente, de un portazo, los dos bestias salieron corriendo en mi dirección. No me lo pensé más veces y salí al balcón. Rápidamente calculé que éste podría tener unos 3 metros de largo por 4 de ancho. Corrí con todas mis fuerzas hasta la barandilla y vi la altura desde la que me encontraba. Para mi mala suerte, estaba sobre un acantilado con un mar considerablemente en mal estado, pues ninguna persona en su sana cordura se tiraría al ver las olas que había desde una altura como la mía. Nunca había sufrido vértigo hasta ahora. Me volví a girar para pensar en otro plan y vi como esos hombres, lentamente disfrutando de su victoria, se acercaban a mí con ganas de tenerme entre sus manos. Solo había una cosa que podría hacer. ¿Podría ser mi final? Sí, tal vez aquí se acabaría mi historia y solo podía pensar en esos padres que casi ni había conocido, en esos compañeros con los que había vivido tantas experiencias y en ese hombre que había hecho que sintiera cosas que nunca había sentido. En ese comienzo. El principio de los principios, cómo yo, una chica de instituto cuya vocación siempre había sido la investigación y la psicología había acabado en estas condiciones. En una prisión en el fin del mundo, a punto de morir sin haber empezado a vivir.
El principio del fin.
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