martes, 16 de abril de 2013

Capítulo 2


Capítulo 2


Estaba en una calle abandonada, el ambiente era bastante lúgubre, todo de un tono oscuro. Empiezo a caminar y cuando ya me he adentrado demasiado en la zona, siento que alguien me está siguiendo. Con miedo empiezo a andar intentando ir a un sitio que estuviese más lleno de gente, pero la calle nunca termina. De repente oigo como esa o esas personas vienen corriendo tras de mi, por lo que empiezo a correr como si me fuese la vida en ello. Avanzando por muchas de esas calles doy con un canal, creo que estoy en Venecia, pero no tengo forma de cruzarlo. Por lo que inconscientemente me adentro en el agua para cruzarlo a nado. Nado todo lo rápido que puedo y me percato de que hay cocodrilos, por lo que empiezo a desesperarme por salir del agua. Consigo llegar a la otra orilla, pero mis perseguidores han encontrado una barca sin preocuparse por dichos cocodrilos. Sigo corriendo como puedo, buscando un sitio donde esconderme, sin éxito. Vuelvo a encontrar otro canal, pero en este sí es más fácil ver los cocodrilos. Esas bestias se percatan de mi presencia y empiezan a moverse en mi dirección con la boca abierta. No sé cómo soy capaz de hacerlo que empiezo a cruzar el canal saltando de cocodrilo en cocodrilo con cuidado de que no me ataquen. Al llegar a la otra orilla no me creo ni yo misma de haber sido capaz de arriesgar mi vida con esa hazaña, pero siento una adrenalina increíble. El miedo vuelve cuando veo que esos hombres siguen detrás mía y que vienen por mí, pero algo mucho más importante interfiere en mi visión. Hay un cocodrilo fuera del agua y éste se dirige a una mujer. Cuando me fijo en la cara de ella veo a mi madre, una mujer de mediana estatura, rubia y de ojos azules.
-¡Samantha! - No entiendo por qué razón no soy capaz de llamarla mamá por lo que la llamo por su nombre de pila.
Se gira, me mira y sonríe con una dulzura difícil de explicar con palabras, pues solo lo entenderías viéndolo del modo en que yo lo veo. Pero no se mueve. Es como si no supiera que va a ser devorada por un cocodrilo. No lo puedo evitar por lo que corro hacia donde se encuentra, intento moverla de su posición para que no sufra ningún daño pero hace caso omiso. Me giro y veo al cocodrilo. Ambos nos miramos a los ojos. No son ojos de animal, parecen mas bien de persona. Unos ojos azul violáceos que me miran con una expresión particular. Era como si en ese momento me dijera: Game Over. Abre sus fauces y... Me despierto.
Solo había sido un mal sueño. Una pesadilla.
Me despierto envuelta en un sudor frío y con lagrimas en los ojos. Hacía bastante que no sufría pesadillas, y menos con mi madre. A decir verdad, no sufría pesadillas con ninguno de ellos desde hacía 8 años. Realmente siempre salía mi madre. Creo que mi subconsciente no era capaz de crear la imagen de mi padre porque no la recordaba con tanta precisión. A ver, soy capaz de recordar a mi padre despierta, pero no me puedo crear una imagen imaginaria de él, que me mire, que me hable, que me sonría... 
Saqué del segundo cajón de la mesita de noche una fotografía que mi abuelo me había dado cuando me fui a vivir con ellos a Essex. Esa fotografía me traía dulces recuerdos. En ella salíamos mi padre, mi madre y yo en uno de nuestros numerosos viajes. Ese en particular fue a Zurich, Suiza. Vestíamos ropas de invierno, con nuestros gorros de lana, los anoraks, los guantes,... Fue un día bastante divertido. Al fondo se veía el gran lago Zürisee.
Era una foto bastante bonita. Mi padre me llevaba en hombros y mi madre estaba abrazada a los dos.
Me hace mucha gracia el gorro que yo llevaba, un gorro de lana del que sobresalían dos cuerdas que terminaban en sus puntas con pompones. Aún lo tengo guardado. Recuerdo que fue ese mismo día cuando lo compré, porque lo vi en una tienda de camino al lago y se me antojo que me lo compraran. Mi padre, por tal de que no pataleara ni llorase, me lo compró.
Me fijo en mis padres. Lo solía hacer para tenerlos siempre en mi mente en una imagen perfecta. 
Mi madre era una mujer que medía el metro setenta. Parecía toda una modelo. Rubia, con ojos azules, alta, delgada, guapa... La envidia de cualquiera. Hasta yo misma siento envidia al ver su figura y su porte en comparación con el mío. Por naturaleza era una mujer alegre, nunca buscaba problemas con nadie. Siempre iba con una sonrisa a todas partes y era muy querida por todos los que la conocían. Era una mujer abierta, recuerdo que cada ciertos meses hacía meriendas en casa para reunirse con las demás vecinas y así integrarnos en la comunidad. Cuando murió mucha gente fue a visitarla y todos sufrieron su pérdida. 
Mi padre, en cambio, era diferente. Un hombre de metro noventa, con cabellos negros, ojos marrones. Era mucho más serio, más reservado. Entre las paredes de nuestra casa era simpático y siempre que tenía tiempo y estaba allí jugaba conmigo y me enseñaba idiomas. 
Por cierto, hablo fluidamente inglés, español, alemán y portugués. 
Pero cuando se mostraba en público, las pocas veces que lo hacía, no hablaba con nadie, ni miraba a la gente, solo nos prestaba atención a mi madre y a mi. En el entierro por parte de mi padre solo fueron mis abuelos. Me sentí mal de que no le hubiera visitado a él tanta gente como a mi madre. Pero eso sí, nunca entendí por qué mis abuelos le compraron dos coronas. En la primera ponía: “Tu hija y tus padres te quieren y te recordarán siempre”. Mientras que en la segunda ponía: “Cooper, gran compañero, gran amigo”. Nunca les pregunté, pero siempre tuve la curiosidad de por qué le habían puesto Cooper en la segunda corona cuando mi padre se llamaba Ryan.
Mientras observo la fotografía entra alguien a la habitación. Levantó la vista y veo al señor Thurmond.
-Hola señor, buenos días.- Aún con él no he cogido mucha confianza.
-Lori, me puedes llamar papá o Thomas. Te lo he dicho millones de veces.- Dice con un tono amistoso.
-Lo siento, Thomas.
Se ríe.
-Tienes el desayuno abajo, si quieres te lo subo a la habitación.- Comenta de forma agradable a pesar de lo primero que me habían dicho al llegar era que no querían que se comiera en las habitaciones.
-No es necesario, me disponía a bajar de un momento a otro.
-Bueno, me parece estupendo... ¿Que te parece si hablamos un poco? -Pregunta retórica obviamente, porque aunque no quisiera hablar con él me hubiera obligado a mantener esta charla.- ¿Estás a gusto con nosotros? ¿No tienes ningún problema serio, no? - Niego con la cabeza sin pronunciar palabra.- De acuerdo, era para estar tranquilo en ese aspecto.-Dice con una sonrisa.- Pero ese no era el tema del que yo querría hablar. Hoy empiezas a trabajar. Como te dije la otra noche he movido algunos hilos para que un viejo conocido que me debe ya algunos favores te permitiera trabajar en una tienda de animales que tiene. No tienes mucho trabajo, lamentablemente no recibe una gran clientela pero al menos aprenderás lo que es ganarse el dinero trabajando y no esperar a que nosotros te lo tengamos que dar. Sé que no te gusta la idea de trabajar pero no te queremos malcriar, queremos que aprendas lo que cuesta conseguir el dinero, por muy fácil que sea o no el trabajo. ¿Entiendes lo que digo, no?
- Sí, señor Thurmond. No se preocupe, aprovecharé esta oportunidad que usted me brinda para aprender a valerme por mi misma sin necesidad de pedirles dinero a ustedes.- Mis palabra sonaban sinceras pero, para no engañarnos, había sarcasmo en ellas. 
No quería trabajar en una tienda de animales, y según había oído la noche anterior ésta era más bien exótica. Lo que significa arañas y reptiles. Y los odio.
- Me alegro de que comprendas nuestra idea y que la compartas y aceptes.-Titubea antes de continuar hablando.- Bueno, te dejamos el desayuno en la mesa. Mi esposa se ha ido a hacer unas compras y yo tengo una reunión de negocios bastante importante. Nos veremos a la noche.
Se levanta de la cama no sin antes darme un beso en la frente y sale deprisa de la habitación.
Estaría sola en la casa hasta que llegara la hora de mi turno.

Antes de entrar a la habitación el señor Thurmond había mantenido una conversación de teléfono bastante incómoda. Por suerte le había pillado en el pasillo antes de entrar en la habitación de su hija adoptiva. Las noticias no eran buenas, nada buenas.

-Hola, Thomas. Estos días estás más solicitado de lo que has podido estar en años. -Decía una voz metálica de máquina. Se notaba que estaba trucada para que no se oyera la voz original.
-Hola.- No era capaz de decir nada más, el miedo lo comía por dentro.
-Te llamamos para recordarte que como tu no consigas nuestro tesoro antes del viernes nosotros mismos iremos a buscarlo, y seguro que no quieres que irrumpamos en tu casa, ¿verdad?- La amenaza se palpaba en el aire.
-No.
-Pues claro, nosotros tampoco. Que descortés sería por nuestra parte llegar a tu casa a la fuerza, hacer daño a tu mujer, a la niña, a tus hijos y a ti para conseguir un librito tan insignificante.- Hablaba con sarcasmo, pero Thomas sabía que no era mentira, que ellos serían capaces de hacer eso y más.
-No se preocupen. Conseguiremos lo que piden antes de este viernes sin necesidad de tantos problemas.- Dijo, intentando buscar las palabras más adecuadas para no molestarlos.
-No, Thomas, los problemas los creáis vosotros, no nosotros.
Thomas no responde ante este testimonio.
-Bueno, Thomas, ve avisando a Angelina de que haga pasteles por si nos tenemos que presentar en tu casa. Nosotros ya os hemos avisado, ahora os toca responder a vosotros.- Dice de forma amenazante. 
La línea se corta, pero no es Thomas quien ha colgado.

Abro mi armario. Pantalones vaqueros, camiseta blanca básica de manga larga, anorak azul marino y botas de nieve marrones. Miro como en la estantería, en la más alta del armario, se asoma un pompón de mi viejo gorro. Lo cojo y me lo pongo. Me alegra la sensación de volver a tener 6 años. Acabo de decidir que hoy saldré con él puesto.
Bajo los escalones de dos en dos, me da pena que no este nadie en la casa, pero estando yo sola me siento más a gusto.
Llego al gran comedor y veo como la señora Thurmond, bueno los empezaré a llamar por sus nombres de pila, veo como Angelina me ha dejado en la mesa tortitas recién hechas junto con un bote de miel, un tazón de café, el azucarero, una tostada, mermelada casera de fresas y un vaso de naranja. Otra cosa no, pero en esta casa se come muchísimo por la mañana. Antes de sentarme veo en la encimera de la cocina un táper lleno de comida y encima del mismo una nota : “Pásalo bien en tu primer día de trabajo, cariño. Angel.”
Angelina me cuidaba muchísimo, en poquito tiempo me había cogido mucho cariño y ahora  que pasaba conmigo más tiempo que sus propios hijos estaba más pendiente de mi que de su propio marido.
Según me contó una tarde ella nunca había querido mandar a sus hijos al colegio interno. Prefería tenerlos en Londres, ir a llevarlos y a recogerlos al colegio, cuidarlos en su casa, hacerles de comer... Se había pasado años ejerciendo de madre solo los fines de semana y eso la entristecía mucho. La idea del colegio la había tenido Thomas, que según su opinión, iban a recibir una mejor educación en ese colegio que en casa, con lo que yo no estaba para nada de acuerdo.
Por lo tanto, yo me dejaba querer. Así Angelina podría utilizar el tiempo perdido conmigo, aunque las dos, sobre todo ella, hubiéramos preferido que sus hijos, Mandy y Andrew, estuvieran en la casa con nosotros.
Ayer, Thomas los regañó por la mañana porque según él se habían levantado demasiado tan tarde que los castigó llevándolos él mismo al colegio, cuando normalmente a las 8 de la tarde pasa un autobús a buscarlos. Angelina se pasó el día llorando, pero por suerte por la tarde mejoró algo su humor, al menos aparentemente.
Termino de desayunar y leo un poco el periódico. Robos, incendios, desahucios,... No sale nada alegre, por lo que dejo de leer para no amargarme con las desgracias ajenas.
Me levanto, cojo el gorro, las llaves y salgo de la casa. Son las 10 menos cuarto aunque el sitio esta aquí al lado, salgo antes de lo esperado. Empiezo a las 11 en punto a trabajar.
Cinco minutos después de haber cruzado varias calles me detengo enfrente de la fachada de la tienda. Asco. Cochambre. No sé qué más decir al respecto, simplemente no me gusta. Por más que la mire no desaparecerá, así que me decido a entrar en ella.
Al abrir la puerta suena un cascabel que hay colgado para avisar cuando entra un cliente. A los pocos segundos aparece un chino detrás del mostrador.
-¡Buenos días! ¿Qué desea la señorita? -Dice muy cordialmente. Presenta cierto acento pero habla perfectamente inglés.
-Buenos días, el señor Thomas Thurmond...- No hace falta que diga nada más. El hombre entra en lo que supongo que será la trastienda y saca de allí un uniforme que me tiende en las manos.
-Soy el señor Chang, se podría decir que soy tu jefe. Aquí tienes, no hace falta que te diga mucho. Simplemente hay tres reglas muy importantes que tendrás que acatar para trabajar aquí: Número 1: no des de comer a los animales, número 2: no saques a los animales y por último, y no por ello menos importante: no dejes que nadie dé de comer o saque a los animales. -Dice el chino mientras va recogiendo sus efectos personales, aunque esta vez no presenta ninguna cortesía, no me lo está pidiendo, es una orden.
-Vale, no se preocupe.
De repente, el hombre se quita su uniforme y se dispone a irse de la tienda no antes de coger las llaves de un coche, me fijo que se trata de un Opel, y su billetera.
-Pero... ¿Es que usted va a alguna parte? - Le digo sorprendida. 
-Sí, tengo asuntos que hacer y como ya te quedas tu en mi puesto me puedo ir sin que nadie lo note. ¡Adiós! - Dice. Parece como si me contara un chiste. Me asusta quedarme sola a los 3 minutos de empezar a trabajar.
¡Qué cara tiene! En cinco minutos he pasado de estar acompañada de una persona la cual me puede decir si hago o no algo mal, a quedarme sola en una tienda de animales la cual es la primera vez que veo.
Indignada y viendo que no puedo ganar la batalla contra mi nuevo extraño jefe, me siento en un taburete que hay tras el mostrador esperando a que entre alguien por la puerta. Las horas pasan y descubro lo buena que soy jugando a los sudokus. Había encontrado una libreta en un cajón del mostrador y para entretenerme había estado jugando. Después de tres horas sentada jugando me levanto a mover las piernas porque se me habían quedado dormidas.
Empiezo a deambular por los diferentes pasillos de la tienda. E incumplí la segunda nombra del señor Chang, ya que saqué a un perrito Golden Retriever de su jaula y estuvimos jugando. Por más que pude intenté no pasar por la sección de reptiles y arácnidos. Casi entro, pero cuando me di cuenta de donde me encontraba salí corriendo, y cuando Chachito, así he llamado al Golden, entraba le silbaba para que viniera donde yo me había puesto. 
Cuando me disponía a volver a meterlo en su jaula suena el cascabel. Creyendo que podría ser Chang, salgo corriendo hacia el taburete pero cuando llego veo que no es el señor Chang.
-Hola, buenos días... ¿Qué desea? - Me dirijo a un hombre de apariencia extraña, parece extranjero. Tiene el pelo castaño, lleva gafas de sol y una gabardina. No responde de inmediato, se me queda un rato mirando antes de responder.
-Hola, buenos días joven. Estaba buscando a una persona. - No le dejo terminar, estoy tan nerviosa que no sé ni como responderle.
-El señor Chang no se encuentra aquí ahora mismo, le puede dejar si quiere el mandado y yo se lo hago llegar.
Sonríe.
-No, lo siento no busco a ese tal señor Chang. Estoy buscando a Loreen May Yeatts, y según tu forma de hablar y tu apariencia me imagino que serás tú.
No conozco de nada a este señor, pero él si parece conocerme a mi. Con miedo le respondo.
-Sí, soy yo. ¿Qué se le ofrece?
-Me alegra haberte encontrado.-Dice con una voz cálida.- Soy un buen amigo de tu padre.-Piensa antes de continuar.- Siento su pérdida pequeña, no pude asistir a su entierro pero me hubiera gustado haber estado allí. Lamentablemente tuve un trabajillo por medio y no me podía escapar. - Me quedo algo petrificada. Un amigo de mi padre, que ni siquiera sé si es verdad, que me empieza a contar su vida... Pues muy bien por él.
-Ah... Lo siento, pero no sé quién es usted.
-No hacen falta nombres. Solo vengo aquí por una razón. Sé que tienes un libro. Un libro de tu padre.- Sabe demasiado.- Tranquila, no lo quiero, solo me traería problemas. Bueno, como te lo podría explicar... Es un legado de tu padre. Va pasando de generación en generación. Lo tuvo tu bisabuelo, lo tuvo tu abuelo, lo tuvo tu padre y te lo dieron a ti, una mujer...
-Perdone, pero no sé de qué me está hablando, pero aún así no me puede menospreciar por ser una mujer. Muchas mujeres han hecho grandes hazañas.
-De eso no me cabe la menor duda pequeña. -Su voz me es familiar, pero no recuerdo dónde la he oído antes.- Me estoy yendo del tema, solo quería saber si continuabas teniendo el libro en tu poder. Pero, a parte, te traía algo para ti. Me tiende un sobre.
- Me lo dio tu padre antes de morir, lo abrí por curiosidad, lo siento. Pero solo puedo decirte que te ayudará a entender esta vida que te ha tocado. -Le miro extrañada. Coge aire como si fuera a explicar algo realmente difícil.- La vida no es perfecta, Loreen. Cada uno la sufre a su manera, pero las vidas perfectas y los finales felices no existen. Ni siquiera las personas que tienen muchísimo dinero son capaces de conseguirlos. Por lo que las personas como tú y como yo tenemos que vivir estas horribles vidas de la mejor manera posible, haciendo de las cosas malas algo bueno. Te pueden dar todos los consejos del mundo, pero finalmente serás tú quien decida como vivir esta vida, de las maneras y las personas que tú quieras. Por mucho que alguien querido te diga que dejes de hacer algo que te gusta finalmente quien va a decidir si continuar haciéndolo o no vas a ser tú, nadie va a decidir nunca por ti. Y si lo hacen estarán viviendo las vidas de otras personas pero no las suyas propias. Con esto te quiero decir que ese libro que tienes y esta carta te pueden hacer sacar millones de conclusiones, pero tú serás la que decida llevar a cabo alguna de ellas o no. Yo no te diré lo que tienes que hacer. ¿Entiendes lo que quiero decir? - Asiento, verdaderamente comprendía lo que me decía, pero no sabía cómo tomármelo.- Me alegro de ello. Con esto me despido, espero que elijas la opción correcta y no te equivoques como muchos de nosotros hemos hecho.
-Me ha alegrado conocerle....- Iba a decir su nombre pero no lo conocía.
-Me puedes llamar James. -Dijo con una sonrisa.
-Me alegro de haberte conocido, James. - Le respondo a la sonrisa.
Miro con detenimiento el sobre, como si fuera a adivinar lo que pone antes de haberlo abierto. Alzo la vista y James sigue delante del mostrador mirando alternativamente a mi y al sobre. Creo pensar que tal vez se esté arrepintiendo de sus propios actos.
En ese momento, James hace ademán de hablar y buscando las mejores palabras continua la conversación.
-Loreen... Si necesitases alguna ayuda... Bueno, yo podría ayudarte y prestarte algún servicio... Incluso si quisieras deshacerte del cuaderno, estaría encantado si me lo dieras a mi...
Le miro con tal desprecio que lo siguiente que le digo lo veo estúpido, porque por mi cara debe de haberse dado cuenta de que no me ha hecho ninguna gracia cómo lo ha dicho.
-Creo que te habrás dado cuenta cuando has acabado la frase de que yo no tengo intención alguna de dar algo que, como tú mismo has dicho hace unos instantes, es mío.- Digo cortante. Si como dice mi padre me lo ha legado no voy a permitir que esté en unos manos que no corresponden a las mías.
El hombre se da cuenta que no debería haber dicho nada, por lo que antes de irse se acerca al mostrador, coge un bolígrafo y pinta sobre la libreta de sudokus.
-Ante cualquier problema o cualquier duda ahí tienes mi número. - Dice dando por finalizada la conversación.
Se va alejando del mostrador. Agarra la puerta y cuando se dispone a salir se gira y me dice:
-Eres una copia exacta de tu padre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario