viernes, 26 de abril de 2013

Capítulo 4


Capítulo 4


Un nuevo día empieza en la casa de los Thurmond. 
Thomas se despertó a las 5:19 A.M. sin poder dormir, entre muchas razones se debía a que la cama era tan pequeña que había sufrido molestias durante toda la noche y la otra razón, la más probable, era la visita de sus “jefes” de este viernes. Después de haber limpiado los platos de su desayuno, haber arreglado los papeles del escritorio de su despacho, haber barrido y haber limpiado el desorden que esos días amenazaba la casa, se acerca a mirar el calendario. 15 de diciembre. Martes. A tan solo tres días de que reciba la visita Thomas aún no sabe cómo va a coger ese libro. Podrían haberle dicho cómo era al menos, ya que él nunca lo había visto y de haberlo visto no se había fijado en él. No, no lo había visto nunca. Desde que Loreen llegó a la casa nunca le había quitado el ojo de encima por si en algún momento de despiste conseguía su objetivo y se quitaba ese trabajo tan poco adecuado de en medio. Pero nunca había tenido la oportunidad. La chica es tan reservada... Casi nunca salía de su habitación y él no podía entrar entonces a registrarla. Parece que él no está hecho para el robo, ni para desvalijar, ni para nada. Un simple empresario de clase baja-media. Siempre había vivido por y para su oficina hasta que lo echaron. La empresa había tenido algunos problemas financieros y empezaron a echar a los empleados más prescindibles. Y él había sido el primero. Por suerte, estos señores les había conseguido un puesto en una mediana empresa pero con la que, al menos Thomas, se sentía realizado. Oye pisadas, alguien baja por la escalera. Instintivamente se pone alerta por si tiene que actuar, aunque cuando se vuelve hacia donde se encuentra la escalera Angelina está al pie de ella.
-Buenos días...- Le dice de mala gana su mujer. No le ha echado de menos en toda la noche. Cuando mira la cara de Thomas no ve al hombre del que se enamoró hace 20 años, ve a un hombre terriblemente asustado que no es capaz de proteger a su familia, sino de mandarla directamente al matadero.
-Buenos días.
La mujer se dirige hacia la cocina para desayunar. Café y tostadas. No tiene más comida, lleva dos días sin ir a hacer la compra.
-Llamaron anoche.- Dice como si se hubiera convertido en lo más normal de sus vidas.
El hombre frena en seco. Otra vez y esta vez a su mujer. Tanta insistencia no era normal. Vale que quisieran ya ese libro, pero ¿por qué llamar dos veces al día para decir lo mismo?
Se aclará la garganta.- ¿Qué te han dicho?
-Me dijeron que fuera preparando café y que haga unas pastas caseras que vendrán pronto a visitarnos, para que nos vayamos haciendo al cuerpo.

Suena el despertador.
Lo apago.
15 minutos después.
Suena el despertador.
Lo apago.
Otros 15 minutos después.
Suena el despertador.
Lo apago.
Algo peludo empieza a subir por mi cama. De repente me está dando lengüetazos en la cara. Abro los ojos y veo a la cosa más bonita que he visto en este mundo. Chachito.
-Hola bonito...- Le digo mientras le hago cariñitos.
Miro el móvil. 
Las 10:45. 15 de diciembre de 2009. Alarma: “KUNG FUUUUUUU”.
Pego un salto que hace rebotar toda la casa. Había olvidado que había pasado las clases de Kung Fu de la tarde a la mañana. Me quedan 15 minutos y como llegue tarde me hará hacer abdominales.¡ Maldita sea!
Me visto con lo primero que cojo del armario,agarro mi bolso, bajo los escalones hasta la cocina de dos en dos, me meto en el cuerpo un vaso de leche y una galleta sin ni siquiera masticarla, y salgo de mi casa.
Mientras corro por las calles londinenses recuerdo que Chachito seguía en mi casa, no sé si cerré la puerta de mi cuarto... Solo espero que no llegue nadie a la casa antes que yo.
Después de un rato corriendo cruzo al última esquina antes de llegar y es cuando veo el gran gimnasio de Artes Marciales. Miro el reloj: las 11:02. Madre mía...
La clase transcurrió con normalidad. Pasé de las batallas y de las técnicas, aunque no tuviera nada que ver cogí el saco de boxeo y descargué todo contra él. Lo hacía cuando tenía demasiadas cosas en la cabeza y ahora mismo me encontraba en ese tipo de situación. Nuevas revelaciones. Mi vida había sido una mentira. Tal vez exagere, pero me he dado cuenta de que no conocía a mi padre para nada. Ni cuando tenía 6 años ni hace dos días. Dos horas pegando puñetazos a un saco dejan secuelas, sobre todo cuando hace tanto que no lo hago. De todos modos la diferencia es bastante significante teniendo en cuenta que antes se los pegaba a la pared.
Durante uno de mis descansos mi shifu se acercó para calmar mis ánimos.
-Lori, ¿podríamos hablar o estás ocupada?- Dijo con total calma.
-Sí, claro señor.
Ese hombrecillo menudo me guió hasta uno de los bancos que había en un extremo de la sala, alejado de cualquier contacto con el resto de mis compañeros.
-Se te nota tensa, muchacha. ¿Problemas en casa? -Dice con total naturalidad.
-Para nada... Tensiones acumuladas por el trabajo. -Miento.
-Sabes que para cualquier cosa me tienes aquí, si necesitas ayuda por alguna razón no tendré problema en ayudarte.
¿¡Por qué será que ahora todo el mundo quiere ayudarme!?
-No, gracias shifu. -Me inclino ante él y me dirijo hacia el saco para continuar pegando puñetazos.
Sigo media hora más pegando puñetazos, pero pierdo rápidamente el interés. Por lo que salgo del gimnasio y del mismo modo en el que vine me voy a casa. Mientras corro siento un pánico atroz a que Thomas o Angelina hayan descubierto a mi pequeño amiguito vagando solo por la casa. Con otras cosas no, pero con los animales son muy estrictos. Su hijo mayor es alérgico a los perros.
Al llegar a la casa descubro que no hay nadie. Ni siquiera está el perro. Lo llamo. Lo vuelvo a llamar. Ya no lo llamo, le exijo que aparezca ante mi aunque sé que no está en la casa y que de estar allí no me entendería. Corro por toda la casa para buscarlo. Desde el piso de abajo hasta la buhardilla. Pero me llevo el mayor susto cuando llego a la buhardilla, a mi cuarto.
Todo el cuarto está patas arriba. Mi ropa está sacada del armario, tirada por todo el cuarto. Los cajones están sacados de sus respectivos muebles. Folios, zapatos, joyas, espejos rojos, la cama desecha,... Todo está tirado por el suelo. Han registrado mi cuarto. Miro si me han robado algo, pero los ladrones iban buscando algo muy especial pues la única habitación en ese estado es la mía. Busco la foto de mis padres, lo único que podría echar de menos si la perdiera. La encuentro. Está rota. Una lágrima aparece por mi rostro. Bueno, un buen pedazo de cinta adhesiva lo arregla todo. Por instinto cojo mi bolso que lo llevo aún colgado, lo abro y ahí está. El libro sigue estando dentro. Si venían buscándolo no han dado con él y si buscaban otra cosa espero que la disfruten...
La casa se encuentra totalmente vacía, un silencio atronador la invade. Pero es suficiente para que se oiga en un susurro lo único que puedo decir:
-Malditos.

Una hora antes, en el mismo lugar:
-Maldita sea, Angelina. ¿Dónde guardará esta niña el libro de las narices? - Dice enfadado Thomas, que después de media hora buscando no encuentran nada. Están igual que al principio.
Angelina acaba de entrar en la habitación. Al entrar se encontraron con la puerta cerrada y al abrirla vieron un bonito perro Golden durmiendo encima de la cama. Angelina lo cogió y lo sacó de la casa. Nunca habían aceptado animales dentro de ella y no iba a cambiar su decisión al respecto. El perro salió corriendo calle abajo. Ya sería problema del que se lo encontrara.
-Yo que voy a saber... Sigue rebuscando. Quién nos dice que no lo ha guardado dentro del armario...
Su marido como si de un robot se tratase saca toda la ropa de la muchacha con la intención de que caiga también el cuaderno. Sin éxito. Con ojos de lunático agarra los cajones y los saca del mueble para volcar todo su contenido. Uno a uno ve como las posibilidades de encontrar el tesoro se esfuman.
-No está aquí Thomas, dejemos esto ya.-Pide suplicante su mujer.
-¡No! ¿Sabes lo que significa, no? Tú quieres que vengan, ¿verdad? ¿Crees que no nos harán daño? Angelina, mi amor, no tendrán escrúpulos con cualquiera que esté por su camino. - Angelina ve como su marido va perdiendo poco a poco el norte. No sabe cómo han podido llegar a esta situación y no puede evitar sentir que esta no es la mejor solución.
-Thomas, vámonos ya. En la habitación no está. Te juro que como no salgamos de aquí... -La amenaza no termina de cumplirse porque su marido sale corriendo de la habitación. La pantalla de su teléfono se acaba de iluminar. Lo están llamando y debe responder.

-Buenos días Thomas, ¿cómo estáis?- Una risa inocente suena al otro lado del teléfono para continuar.- Creo que preferimos ir al grano. ¿Hay mejoras? Bueno te lo diré para que lo entiendas: ¿Habéis hecho algún progreso?, o mejor aún: ¿habéis encontrado el maldito libro?- Suena ya enfadado, cansado.
-Bueno...-Empieza a dudar sobre cómo decirle las novedades, si es que hay algo nuevo.
Pero no le deja continuar.
-Vale.- Se oye como discute con otra persona que esta con él.- No nos esperes el viernes.- Sentencia.
El señor Thurmond no es capaz de reaccionar. No se puede creer que le hayan dado más tiempo, es un milagro divino. La felicidad que le invade es tan grande que se le escapa una gran carcajada.
-Nos vemos mañana.
Suena el pitido final de la llamada. Ya les han vuelto a colgar, una vez más. Un cambio en la historia. Cualquier felicidad que pudo aparecer hace 30 segundos se ha vuelto a escapar. Mañana. 
Con tan solo tres palabras les ha fastidiado la existencia. Mañana. Mañana. Mañana. Mañana... Tienen menos de 24 horas para poder ahorrarse la visita definitivamente. Si es que sus amigos no han decidido por su cuenta ir finalmente, consigan o no su preciado tesoro.
Lo que no sabe el señor Thurmond es que esa llamada ha sido realizada desde más cerca de lo que él se cree. Y es que un BMW Serie 5 Gran Turismo Pack M Sport de color negro llevaba desde hacía una hora  aparcado en la acera de enfrente, justo delante de la puerta de los señores Thurmond, y sus conductores no pensaban moverse de allí hasta que no encontraran el mejor momento.

viernes, 19 de abril de 2013

Capítulo 3


Capítulo 3


11/07/1998
Hija mía, 
ahora eres demasiado pequeña para entender las cosas, pero sé que cuando seas mayor serás capaz de entendernos, a tu madre y a mi. Nunca fuiste una niña normal, todos los niños tendrían sus cumpleaños con el resto de compañeros, podrían salir a jugar a la calle sin peligros, podrían echarse pareja cuando tuvieran más edad, no tendrían preocupaciones. Pero tú no. Y aunque me sienta muy mal al decirte esto la culpa no será tuya, sino de tu madre y, sobre todo, mía.
Me gustan mis errores. No quiero renunciar a la deliciosa libertad de equivocarme pero a pesar de ello sé que os arrastro en ellos a vosotras.
Para explicártelo todo necesitaré tiempo, y sé que eso es lo que menos me queda.
Recordarás hija los múltiples viajes que hacíamos a dispares lugares del mundo: Suiza, Egipto, India, Roma, Paris... Recordarás las importantes reuniones de negocios que tenía muchos días y noches. Recordarás  todas esas noches en las que llegaba a casa y, creyendo que tú seguías dormida, veías como tu mutilado padre iba en busca de tu madre para que le curase las diversas heridas que sufría en, como los llamaba tu madre, mis “mandados”.
Te preguntarás el por qué de todo esto. O tal vez ya te hayas hecho tus propias ideas. 
Ninguna hija desearía que la profesión de su padre fuera la que te voy a confesar ahora mismo, porque tener que vivir apartado de cierto tipo de personas tiene que ser muy doloroso y eso mismo es lo que yo estoy haciendo con vosotras.
 Hija, Loreen, me dedico al mundo del robo. Soy un gran mangante. Pero no de los que roban por avaricia, nunca lo he hecho ni nunca lo haré. Robo a la gente que tiene cosas que no son suyas, que ellos mismos han robado, o que al estar en su posesión fastidian al resto del mundo. 
Todo el mundo cuando va al colegio y le preguntan a qué se dedica su padre no piensa en decir “Mi padre es ladrón”. Todas esas noches, esos días, esas heridas y esos viajes se debían a los negocios que yo había ido formando con el paso de los años. Y ahora tendrás muchas dudas, que yo obviamente te voy a explicar.
Te preguntarás como acabe haciendo lo que hago.
Todo se debió a que siendo un adolescente mientras jugaba al fútbol en un barrio de mi ciudad, la pelota se fue disparada hacia una casa donde vivía un viejo cascarrabias. No era la primera que acababa en su jardín y tampoco iba a ser la última. El caso es que nunca recuperábamos esas pelotas. Por lo que un día me armé de valor y decidí meterme en la casa y recuperarlas. Después de pasarlo muy mal, saqué la pelota que habíamos perdido ese día y todas las que habíamos perdido desde que ese viejo se mudo allí. Gracias a la adrenalina que sentí ese día y  al descubrir lo bien que se me daba, empecé a hacerlo a mayor escala. Espero que no me tomes como ejemplo a seguir. Pero empecé a robar exámenes de profesores, recuperando cosas que los matones nos quitaban,... Hice un pequeño negocio durante mi juventud y la CIA al descubrirlo le interesó. Por lo que empecé a trabajar desde bastante joven como agente especial, me adentraba en mafias y asociaciones, y recuperaba o robaba objetos que la CIA necesitaba. Así fue como conocí a tu madre.
Fue durante una misión a Suiza. Me la encontré en la orilla del lago Zürisee y me fijé en ella, pero no actué. Me entró vergüenza y no fui capaz de acercarme. Por lo que la vigilé, espié y descubrí sus movimientos. Y un día mientras ella tomaba un café en una cafetería del centro con unas amigas le hice llegar por el camarero un libro que había descubierto que le encantaba “Matar a un ruiseñor”, una rosa y una tarjeta. A partir de ahí empezamos a quedar y fue como nos enamoramos. Cuando le conté mi realidad no le importó y, he de decir, que siempre me ha apoyado en todo y ha sido la mejor compañera que he podido tener en mi vida.
El caso es que después de diez años trabajando para la CIA descubrí un pequeño complot y desaparecí de su organización. Eso sí, seguí trabajando por mi cuenta. Me busqué un gran equipo y libramos diferentes misiones buscando objetos preciados. El grupo éramos tu madre, mi gran amigo James, Alan, Charlie, Rose y yo. Nos mantuvimos escondidos bajo nombres falsos para poder vivir decentemente bajo nuestra verdadera identidad. El mío era Cooper, se me ocurrió al ver una novela que tu abuelo estuvo un tiempo leyendo “El último Mohicano”  del autor James Fenimore Cooper. En cambio, tu madre decidió llamarse Verena, que es el nombre de tu abuela materna.
Sé que todo esto te pillará por sorpresa, sé que tal vez te disguste la realidad que te hemos intentado ocultar y sé, perfectamente, que yo no voy a estar ahí para poder explicarte todo esto con más detalles. Por eso te escribo Loreen, para que entiendas lo que sin nosotros jamás podrás entender.
Después de esta declaración querría comentarte una cosa. Si me pasase algo le pedí al abuelo que te diera un libro que yo mismo escribí. Si eres como yo, sé que ya habrás intentado sacar conclusiones de él, pero créeme que no podrás sin la información que necesitas.
Ese libro es muy, pero que muy preciado. Sobre todo para los que saben de su existencia. Se trata de un gran tesoro. Hemos estado años detrás de él pero siempre se nos escapa mucha información de las manos. Desde hoy hace 6 meses que deje el robo y con ellos a todos mis camaradas. Me dispongo a escapar lejos con tu madre, pero a ti te dejaremos con los abuelos por tu propia seguridad. El viaje es peligroso y te vendremos a buscar cuando todo se haya calmado. La realidad es que mis antiguos compañeros están buscando ese libro. James, tu madre y yo durante estos meses hemos descubierto bastantes cosas y vamos a ir a averiguar si nuestros descubrimientos son verdaderos o no. Por si fallamos, queremos que tu guardes el libro y que por nada del mundo dejes que caiga en manos ajenas a las tuyas. Nadie, absolutamente nadie, podrá saber que tú lo tienes porque te pondrías a ti misma en peligro. 
Hija, es el mejor consejo que puedo darte como padre.
Quiero que sepas que te quiero, más que a mi propia vida y que haré lo posible para que puedas mantener una vida normal. Aunque la decisión final la eliges tú. Podrías continuar mi investigación o podrías destruir el libro, yo te doy opciones. Sé que no es lo que normalmente diría un padre, pero podría decir que no me siento ahora mismo como un padre, sino como un compañero. El caso es que tanto tu madre como yo te queremos, y nos sentiremos orgullosos tomes la decisión que tomes.
Te queremos hija.
Ryan Bradley Yeatts y Samantha Marilyn Yeatts

Había leído tres veces la carta desde que había llegado del trabajo. El señor Chang no  vino al final de mi jornada así que me largué cerrando la puerta con llave. Lo sentí mucho pero no pude evitar traerme a Chachito, lo tengo escondido en mi cuarto ahora. Nadie ha venido a la casa aún, por lo que estamos arriba tranquilos.
Tengo el libro encima de mi cama. Nunca le presté un interés tan grande. Lo guardaba en lugares tontos que cualquier persona podría haber encontrado, pero, desde ese día, lo llevaría guardado en mi bolso. Sería como mi propia vida.
No sabía que hacer. Descubrir en cuestión de segundos que tu padre era un ladrón es algo bastante fuerte. No da muchos detalles de lo que hacía mi madre, tal vez no fuera muy relevante...
El resto de la tarde fue un continuo ir y venir en la habitación. No podía quedarme quieta ante lo que acababa de descubrir. Y tenía los nervios a flor de piel. Por suerte Chachito me alegraba las horas de soledad que tuve en la casa.
A altas horas de la tarde llegaron los señores Thurmond. No mostraron interés alguno en mi por lo que pude comer tranquila e irme a mi cuarto rápido. Escondí el libro lo mejor que pude, metí a Chachito debajo de mis sábanas y me dispuse a dormir.

En el piso de abajo. La situación no mejoraba. No habían ido a trabajar, se habían pasado la tarde paseando y buscando planes con los que hacerse con el libro. Los nervios estaban a flor de piel en el matrimonio. Se respiraba en el ambiente. Habían discutido de tal forma que la señora Thurmond había echado a su marido de la habitación esa noche. A Thomas le tocó dormir en la litera de sus hijos.

Cada uno de los tres pasaba el miedo a su manera. Cada uno en una habitación distinta sufría sus temores en solitario esperando a que el sueño se los llevará para llevarlos a un mundo nuevo, del que ellos serían el rey o reina y que podrían manejar a su antojo. El viernes para dos de ellos era la fecha clave, para la otra no había un tiempo límite, tan solo su propia vida. Pero tal vez estos dos se sorprendían teniendo la visita antes de lo esperado, aunque la gente que espera veinte años a un tesoro pueden tener la voluntad de esperar tres días más, ¿o no?

martes, 16 de abril de 2013

Capítulo 2


Capítulo 2


Estaba en una calle abandonada, el ambiente era bastante lúgubre, todo de un tono oscuro. Empiezo a caminar y cuando ya me he adentrado demasiado en la zona, siento que alguien me está siguiendo. Con miedo empiezo a andar intentando ir a un sitio que estuviese más lleno de gente, pero la calle nunca termina. De repente oigo como esa o esas personas vienen corriendo tras de mi, por lo que empiezo a correr como si me fuese la vida en ello. Avanzando por muchas de esas calles doy con un canal, creo que estoy en Venecia, pero no tengo forma de cruzarlo. Por lo que inconscientemente me adentro en el agua para cruzarlo a nado. Nado todo lo rápido que puedo y me percato de que hay cocodrilos, por lo que empiezo a desesperarme por salir del agua. Consigo llegar a la otra orilla, pero mis perseguidores han encontrado una barca sin preocuparse por dichos cocodrilos. Sigo corriendo como puedo, buscando un sitio donde esconderme, sin éxito. Vuelvo a encontrar otro canal, pero en este sí es más fácil ver los cocodrilos. Esas bestias se percatan de mi presencia y empiezan a moverse en mi dirección con la boca abierta. No sé cómo soy capaz de hacerlo que empiezo a cruzar el canal saltando de cocodrilo en cocodrilo con cuidado de que no me ataquen. Al llegar a la otra orilla no me creo ni yo misma de haber sido capaz de arriesgar mi vida con esa hazaña, pero siento una adrenalina increíble. El miedo vuelve cuando veo que esos hombres siguen detrás mía y que vienen por mí, pero algo mucho más importante interfiere en mi visión. Hay un cocodrilo fuera del agua y éste se dirige a una mujer. Cuando me fijo en la cara de ella veo a mi madre, una mujer de mediana estatura, rubia y de ojos azules.
-¡Samantha! - No entiendo por qué razón no soy capaz de llamarla mamá por lo que la llamo por su nombre de pila.
Se gira, me mira y sonríe con una dulzura difícil de explicar con palabras, pues solo lo entenderías viéndolo del modo en que yo lo veo. Pero no se mueve. Es como si no supiera que va a ser devorada por un cocodrilo. No lo puedo evitar por lo que corro hacia donde se encuentra, intento moverla de su posición para que no sufra ningún daño pero hace caso omiso. Me giro y veo al cocodrilo. Ambos nos miramos a los ojos. No son ojos de animal, parecen mas bien de persona. Unos ojos azul violáceos que me miran con una expresión particular. Era como si en ese momento me dijera: Game Over. Abre sus fauces y... Me despierto.
Solo había sido un mal sueño. Una pesadilla.
Me despierto envuelta en un sudor frío y con lagrimas en los ojos. Hacía bastante que no sufría pesadillas, y menos con mi madre. A decir verdad, no sufría pesadillas con ninguno de ellos desde hacía 8 años. Realmente siempre salía mi madre. Creo que mi subconsciente no era capaz de crear la imagen de mi padre porque no la recordaba con tanta precisión. A ver, soy capaz de recordar a mi padre despierta, pero no me puedo crear una imagen imaginaria de él, que me mire, que me hable, que me sonría... 
Saqué del segundo cajón de la mesita de noche una fotografía que mi abuelo me había dado cuando me fui a vivir con ellos a Essex. Esa fotografía me traía dulces recuerdos. En ella salíamos mi padre, mi madre y yo en uno de nuestros numerosos viajes. Ese en particular fue a Zurich, Suiza. Vestíamos ropas de invierno, con nuestros gorros de lana, los anoraks, los guantes,... Fue un día bastante divertido. Al fondo se veía el gran lago Zürisee.
Era una foto bastante bonita. Mi padre me llevaba en hombros y mi madre estaba abrazada a los dos.
Me hace mucha gracia el gorro que yo llevaba, un gorro de lana del que sobresalían dos cuerdas que terminaban en sus puntas con pompones. Aún lo tengo guardado. Recuerdo que fue ese mismo día cuando lo compré, porque lo vi en una tienda de camino al lago y se me antojo que me lo compraran. Mi padre, por tal de que no pataleara ni llorase, me lo compró.
Me fijo en mis padres. Lo solía hacer para tenerlos siempre en mi mente en una imagen perfecta. 
Mi madre era una mujer que medía el metro setenta. Parecía toda una modelo. Rubia, con ojos azules, alta, delgada, guapa... La envidia de cualquiera. Hasta yo misma siento envidia al ver su figura y su porte en comparación con el mío. Por naturaleza era una mujer alegre, nunca buscaba problemas con nadie. Siempre iba con una sonrisa a todas partes y era muy querida por todos los que la conocían. Era una mujer abierta, recuerdo que cada ciertos meses hacía meriendas en casa para reunirse con las demás vecinas y así integrarnos en la comunidad. Cuando murió mucha gente fue a visitarla y todos sufrieron su pérdida. 
Mi padre, en cambio, era diferente. Un hombre de metro noventa, con cabellos negros, ojos marrones. Era mucho más serio, más reservado. Entre las paredes de nuestra casa era simpático y siempre que tenía tiempo y estaba allí jugaba conmigo y me enseñaba idiomas. 
Por cierto, hablo fluidamente inglés, español, alemán y portugués. 
Pero cuando se mostraba en público, las pocas veces que lo hacía, no hablaba con nadie, ni miraba a la gente, solo nos prestaba atención a mi madre y a mi. En el entierro por parte de mi padre solo fueron mis abuelos. Me sentí mal de que no le hubiera visitado a él tanta gente como a mi madre. Pero eso sí, nunca entendí por qué mis abuelos le compraron dos coronas. En la primera ponía: “Tu hija y tus padres te quieren y te recordarán siempre”. Mientras que en la segunda ponía: “Cooper, gran compañero, gran amigo”. Nunca les pregunté, pero siempre tuve la curiosidad de por qué le habían puesto Cooper en la segunda corona cuando mi padre se llamaba Ryan.
Mientras observo la fotografía entra alguien a la habitación. Levantó la vista y veo al señor Thurmond.
-Hola señor, buenos días.- Aún con él no he cogido mucha confianza.
-Lori, me puedes llamar papá o Thomas. Te lo he dicho millones de veces.- Dice con un tono amistoso.
-Lo siento, Thomas.
Se ríe.
-Tienes el desayuno abajo, si quieres te lo subo a la habitación.- Comenta de forma agradable a pesar de lo primero que me habían dicho al llegar era que no querían que se comiera en las habitaciones.
-No es necesario, me disponía a bajar de un momento a otro.
-Bueno, me parece estupendo... ¿Que te parece si hablamos un poco? -Pregunta retórica obviamente, porque aunque no quisiera hablar con él me hubiera obligado a mantener esta charla.- ¿Estás a gusto con nosotros? ¿No tienes ningún problema serio, no? - Niego con la cabeza sin pronunciar palabra.- De acuerdo, era para estar tranquilo en ese aspecto.-Dice con una sonrisa.- Pero ese no era el tema del que yo querría hablar. Hoy empiezas a trabajar. Como te dije la otra noche he movido algunos hilos para que un viejo conocido que me debe ya algunos favores te permitiera trabajar en una tienda de animales que tiene. No tienes mucho trabajo, lamentablemente no recibe una gran clientela pero al menos aprenderás lo que es ganarse el dinero trabajando y no esperar a que nosotros te lo tengamos que dar. Sé que no te gusta la idea de trabajar pero no te queremos malcriar, queremos que aprendas lo que cuesta conseguir el dinero, por muy fácil que sea o no el trabajo. ¿Entiendes lo que digo, no?
- Sí, señor Thurmond. No se preocupe, aprovecharé esta oportunidad que usted me brinda para aprender a valerme por mi misma sin necesidad de pedirles dinero a ustedes.- Mis palabra sonaban sinceras pero, para no engañarnos, había sarcasmo en ellas. 
No quería trabajar en una tienda de animales, y según había oído la noche anterior ésta era más bien exótica. Lo que significa arañas y reptiles. Y los odio.
- Me alegro de que comprendas nuestra idea y que la compartas y aceptes.-Titubea antes de continuar hablando.- Bueno, te dejamos el desayuno en la mesa. Mi esposa se ha ido a hacer unas compras y yo tengo una reunión de negocios bastante importante. Nos veremos a la noche.
Se levanta de la cama no sin antes darme un beso en la frente y sale deprisa de la habitación.
Estaría sola en la casa hasta que llegara la hora de mi turno.

Antes de entrar a la habitación el señor Thurmond había mantenido una conversación de teléfono bastante incómoda. Por suerte le había pillado en el pasillo antes de entrar en la habitación de su hija adoptiva. Las noticias no eran buenas, nada buenas.

-Hola, Thomas. Estos días estás más solicitado de lo que has podido estar en años. -Decía una voz metálica de máquina. Se notaba que estaba trucada para que no se oyera la voz original.
-Hola.- No era capaz de decir nada más, el miedo lo comía por dentro.
-Te llamamos para recordarte que como tu no consigas nuestro tesoro antes del viernes nosotros mismos iremos a buscarlo, y seguro que no quieres que irrumpamos en tu casa, ¿verdad?- La amenaza se palpaba en el aire.
-No.
-Pues claro, nosotros tampoco. Que descortés sería por nuestra parte llegar a tu casa a la fuerza, hacer daño a tu mujer, a la niña, a tus hijos y a ti para conseguir un librito tan insignificante.- Hablaba con sarcasmo, pero Thomas sabía que no era mentira, que ellos serían capaces de hacer eso y más.
-No se preocupen. Conseguiremos lo que piden antes de este viernes sin necesidad de tantos problemas.- Dijo, intentando buscar las palabras más adecuadas para no molestarlos.
-No, Thomas, los problemas los creáis vosotros, no nosotros.
Thomas no responde ante este testimonio.
-Bueno, Thomas, ve avisando a Angelina de que haga pasteles por si nos tenemos que presentar en tu casa. Nosotros ya os hemos avisado, ahora os toca responder a vosotros.- Dice de forma amenazante. 
La línea se corta, pero no es Thomas quien ha colgado.

Abro mi armario. Pantalones vaqueros, camiseta blanca básica de manga larga, anorak azul marino y botas de nieve marrones. Miro como en la estantería, en la más alta del armario, se asoma un pompón de mi viejo gorro. Lo cojo y me lo pongo. Me alegra la sensación de volver a tener 6 años. Acabo de decidir que hoy saldré con él puesto.
Bajo los escalones de dos en dos, me da pena que no este nadie en la casa, pero estando yo sola me siento más a gusto.
Llego al gran comedor y veo como la señora Thurmond, bueno los empezaré a llamar por sus nombres de pila, veo como Angelina me ha dejado en la mesa tortitas recién hechas junto con un bote de miel, un tazón de café, el azucarero, una tostada, mermelada casera de fresas y un vaso de naranja. Otra cosa no, pero en esta casa se come muchísimo por la mañana. Antes de sentarme veo en la encimera de la cocina un táper lleno de comida y encima del mismo una nota : “Pásalo bien en tu primer día de trabajo, cariño. Angel.”
Angelina me cuidaba muchísimo, en poquito tiempo me había cogido mucho cariño y ahora  que pasaba conmigo más tiempo que sus propios hijos estaba más pendiente de mi que de su propio marido.
Según me contó una tarde ella nunca había querido mandar a sus hijos al colegio interno. Prefería tenerlos en Londres, ir a llevarlos y a recogerlos al colegio, cuidarlos en su casa, hacerles de comer... Se había pasado años ejerciendo de madre solo los fines de semana y eso la entristecía mucho. La idea del colegio la había tenido Thomas, que según su opinión, iban a recibir una mejor educación en ese colegio que en casa, con lo que yo no estaba para nada de acuerdo.
Por lo tanto, yo me dejaba querer. Así Angelina podría utilizar el tiempo perdido conmigo, aunque las dos, sobre todo ella, hubiéramos preferido que sus hijos, Mandy y Andrew, estuvieran en la casa con nosotros.
Ayer, Thomas los regañó por la mañana porque según él se habían levantado demasiado tan tarde que los castigó llevándolos él mismo al colegio, cuando normalmente a las 8 de la tarde pasa un autobús a buscarlos. Angelina se pasó el día llorando, pero por suerte por la tarde mejoró algo su humor, al menos aparentemente.
Termino de desayunar y leo un poco el periódico. Robos, incendios, desahucios,... No sale nada alegre, por lo que dejo de leer para no amargarme con las desgracias ajenas.
Me levanto, cojo el gorro, las llaves y salgo de la casa. Son las 10 menos cuarto aunque el sitio esta aquí al lado, salgo antes de lo esperado. Empiezo a las 11 en punto a trabajar.
Cinco minutos después de haber cruzado varias calles me detengo enfrente de la fachada de la tienda. Asco. Cochambre. No sé qué más decir al respecto, simplemente no me gusta. Por más que la mire no desaparecerá, así que me decido a entrar en ella.
Al abrir la puerta suena un cascabel que hay colgado para avisar cuando entra un cliente. A los pocos segundos aparece un chino detrás del mostrador.
-¡Buenos días! ¿Qué desea la señorita? -Dice muy cordialmente. Presenta cierto acento pero habla perfectamente inglés.
-Buenos días, el señor Thomas Thurmond...- No hace falta que diga nada más. El hombre entra en lo que supongo que será la trastienda y saca de allí un uniforme que me tiende en las manos.
-Soy el señor Chang, se podría decir que soy tu jefe. Aquí tienes, no hace falta que te diga mucho. Simplemente hay tres reglas muy importantes que tendrás que acatar para trabajar aquí: Número 1: no des de comer a los animales, número 2: no saques a los animales y por último, y no por ello menos importante: no dejes que nadie dé de comer o saque a los animales. -Dice el chino mientras va recogiendo sus efectos personales, aunque esta vez no presenta ninguna cortesía, no me lo está pidiendo, es una orden.
-Vale, no se preocupe.
De repente, el hombre se quita su uniforme y se dispone a irse de la tienda no antes de coger las llaves de un coche, me fijo que se trata de un Opel, y su billetera.
-Pero... ¿Es que usted va a alguna parte? - Le digo sorprendida. 
-Sí, tengo asuntos que hacer y como ya te quedas tu en mi puesto me puedo ir sin que nadie lo note. ¡Adiós! - Dice. Parece como si me contara un chiste. Me asusta quedarme sola a los 3 minutos de empezar a trabajar.
¡Qué cara tiene! En cinco minutos he pasado de estar acompañada de una persona la cual me puede decir si hago o no algo mal, a quedarme sola en una tienda de animales la cual es la primera vez que veo.
Indignada y viendo que no puedo ganar la batalla contra mi nuevo extraño jefe, me siento en un taburete que hay tras el mostrador esperando a que entre alguien por la puerta. Las horas pasan y descubro lo buena que soy jugando a los sudokus. Había encontrado una libreta en un cajón del mostrador y para entretenerme había estado jugando. Después de tres horas sentada jugando me levanto a mover las piernas porque se me habían quedado dormidas.
Empiezo a deambular por los diferentes pasillos de la tienda. E incumplí la segunda nombra del señor Chang, ya que saqué a un perrito Golden Retriever de su jaula y estuvimos jugando. Por más que pude intenté no pasar por la sección de reptiles y arácnidos. Casi entro, pero cuando me di cuenta de donde me encontraba salí corriendo, y cuando Chachito, así he llamado al Golden, entraba le silbaba para que viniera donde yo me había puesto. 
Cuando me disponía a volver a meterlo en su jaula suena el cascabel. Creyendo que podría ser Chang, salgo corriendo hacia el taburete pero cuando llego veo que no es el señor Chang.
-Hola, buenos días... ¿Qué desea? - Me dirijo a un hombre de apariencia extraña, parece extranjero. Tiene el pelo castaño, lleva gafas de sol y una gabardina. No responde de inmediato, se me queda un rato mirando antes de responder.
-Hola, buenos días joven. Estaba buscando a una persona. - No le dejo terminar, estoy tan nerviosa que no sé ni como responderle.
-El señor Chang no se encuentra aquí ahora mismo, le puede dejar si quiere el mandado y yo se lo hago llegar.
Sonríe.
-No, lo siento no busco a ese tal señor Chang. Estoy buscando a Loreen May Yeatts, y según tu forma de hablar y tu apariencia me imagino que serás tú.
No conozco de nada a este señor, pero él si parece conocerme a mi. Con miedo le respondo.
-Sí, soy yo. ¿Qué se le ofrece?
-Me alegra haberte encontrado.-Dice con una voz cálida.- Soy un buen amigo de tu padre.-Piensa antes de continuar.- Siento su pérdida pequeña, no pude asistir a su entierro pero me hubiera gustado haber estado allí. Lamentablemente tuve un trabajillo por medio y no me podía escapar. - Me quedo algo petrificada. Un amigo de mi padre, que ni siquiera sé si es verdad, que me empieza a contar su vida... Pues muy bien por él.
-Ah... Lo siento, pero no sé quién es usted.
-No hacen falta nombres. Solo vengo aquí por una razón. Sé que tienes un libro. Un libro de tu padre.- Sabe demasiado.- Tranquila, no lo quiero, solo me traería problemas. Bueno, como te lo podría explicar... Es un legado de tu padre. Va pasando de generación en generación. Lo tuvo tu bisabuelo, lo tuvo tu abuelo, lo tuvo tu padre y te lo dieron a ti, una mujer...
-Perdone, pero no sé de qué me está hablando, pero aún así no me puede menospreciar por ser una mujer. Muchas mujeres han hecho grandes hazañas.
-De eso no me cabe la menor duda pequeña. -Su voz me es familiar, pero no recuerdo dónde la he oído antes.- Me estoy yendo del tema, solo quería saber si continuabas teniendo el libro en tu poder. Pero, a parte, te traía algo para ti. Me tiende un sobre.
- Me lo dio tu padre antes de morir, lo abrí por curiosidad, lo siento. Pero solo puedo decirte que te ayudará a entender esta vida que te ha tocado. -Le miro extrañada. Coge aire como si fuera a explicar algo realmente difícil.- La vida no es perfecta, Loreen. Cada uno la sufre a su manera, pero las vidas perfectas y los finales felices no existen. Ni siquiera las personas que tienen muchísimo dinero son capaces de conseguirlos. Por lo que las personas como tú y como yo tenemos que vivir estas horribles vidas de la mejor manera posible, haciendo de las cosas malas algo bueno. Te pueden dar todos los consejos del mundo, pero finalmente serás tú quien decida como vivir esta vida, de las maneras y las personas que tú quieras. Por mucho que alguien querido te diga que dejes de hacer algo que te gusta finalmente quien va a decidir si continuar haciéndolo o no vas a ser tú, nadie va a decidir nunca por ti. Y si lo hacen estarán viviendo las vidas de otras personas pero no las suyas propias. Con esto te quiero decir que ese libro que tienes y esta carta te pueden hacer sacar millones de conclusiones, pero tú serás la que decida llevar a cabo alguna de ellas o no. Yo no te diré lo que tienes que hacer. ¿Entiendes lo que quiero decir? - Asiento, verdaderamente comprendía lo que me decía, pero no sabía cómo tomármelo.- Me alegro de ello. Con esto me despido, espero que elijas la opción correcta y no te equivoques como muchos de nosotros hemos hecho.
-Me ha alegrado conocerle....- Iba a decir su nombre pero no lo conocía.
-Me puedes llamar James. -Dijo con una sonrisa.
-Me alegro de haberte conocido, James. - Le respondo a la sonrisa.
Miro con detenimiento el sobre, como si fuera a adivinar lo que pone antes de haberlo abierto. Alzo la vista y James sigue delante del mostrador mirando alternativamente a mi y al sobre. Creo pensar que tal vez se esté arrepintiendo de sus propios actos.
En ese momento, James hace ademán de hablar y buscando las mejores palabras continua la conversación.
-Loreen... Si necesitases alguna ayuda... Bueno, yo podría ayudarte y prestarte algún servicio... Incluso si quisieras deshacerte del cuaderno, estaría encantado si me lo dieras a mi...
Le miro con tal desprecio que lo siguiente que le digo lo veo estúpido, porque por mi cara debe de haberse dado cuenta de que no me ha hecho ninguna gracia cómo lo ha dicho.
-Creo que te habrás dado cuenta cuando has acabado la frase de que yo no tengo intención alguna de dar algo que, como tú mismo has dicho hace unos instantes, es mío.- Digo cortante. Si como dice mi padre me lo ha legado no voy a permitir que esté en unos manos que no corresponden a las mías.
El hombre se da cuenta que no debería haber dicho nada, por lo que antes de irse se acerca al mostrador, coge un bolígrafo y pinta sobre la libreta de sudokus.
-Ante cualquier problema o cualquier duda ahí tienes mi número. - Dice dando por finalizada la conversación.
Se va alejando del mostrador. Agarra la puerta y cuando se dispone a salir se gira y me dice:
-Eres una copia exacta de tu padre.

lunes, 15 de abril de 2013

Capítulo 1


Capítulo 1

13/12/2009
Querido abuelo:

Llevo semanas sin escribirte y es que he estado bastante ocupada. Te echo mucho de menos, pienso en los buenos momentos que vivíamos en la casa del campo y no puedo evitar llorar. Siento que la vida ahora no tiene sentido, sin ti, sin la abuela, sin papá, sin mamá... Toda la gente a la que quiero me acaba abandonando, pero no parece igual con la familia que me ha sacado del orfanato. ¡Sí, por fin me han adoptado!
Llevo viviendo con ellos dos meses. Esta familia es muy agradable, no es como la nuestra pero al menos no siento tanta soledad y encima no me han obligado a cambiarme el apellido. El tiempo no es muy diferente al de casa, así que no hay mucho que decir al respecto. La casa es genial, en Londres. ¿Quién nos diría que yo viviría algún día en Londres? La familia ya te he dicho que no es como la nuestra, se compone por el Sr. Thurmond y su mujer, y los 2 hijos, una niña de 9 años y un niño de 16. Vivimos en una casa adosada de 3 pisos. Cuando llegué me ofrecieron un cuarto bastante grande en el primer piso, pero cuando subí a la buhardilla supe que ese iba a ser mi cuarto.
El colegio es lo único que me desagrada y lo que ha generado disputas en la casa. Es un colegio privado a las afueras de la ciudad y me parece totalmente horrible. Nos hacen ir con falda, nos hacen rezar aunque no seamos católicos,... Y es que mi cuarto de la casa es genial, el problema es que solo lo piso de viernes a domingo porque dormimos en el colegio. Las niñas con las que duermo son escandalosas, todas las noches se quedan cuchicheando ya esté yo estudiando, leyendo o durmiendo no me dejan dormir. El resto de los alumnos ni siquiera saben que existo, aunque lo prefiero. Los niños más pequeños son demasiado revoltosos. El hecho de que tenga 17 años y ellos 8, no les impresiona como para tenerme un poco de respeto. Y los profesores... Creo que no hay que decir más, simplemente odio esa escuela. Por lo que cuando el fin de semana pasado llegué a casa y les dije a mis nuevos padres que no quería volver más al colegio fue la hecatombe. Me regañaron, me gritaron, todo lo que oía era que si abandonaba no iba a ser nadie en la vida, que iba a trabajar en un restaurante de comida rápida, reponiendo comida en un supermercado o, peor aún, viviendo debajo de un puente.
Después de mucho discutir se dieron cuenta de que no se iban a salir con la suya, así que para hacerme sufrir más me han obligado a trabajar. Eso sí, les he tenido que suplicar que no me quiten de las clases de Kung- fu. Dicen que ya que no voy a ir a la escuela que al menos lleve dinero a casa y que haga algo con mi vida, por lo que me han metido en una tienda cochambrosa de animales como dependienta. Ahora no sé qué es peor, si tener que soportar a mis compañeros y profesores o si tener que pasar todos los días por el pasillo de reptiles y arácnidos.

Loreen May Yeatts
xxoo

Doblé la carta, la metí en un sobre y, como llevaba haciendo desde hacía 1 año y medio, agarré el mechero. Era una pequeña tradición que me había propuesto cuando mi abuelo murió. Le escribía cartas que al finalizar quemaba. Podía ser muy raro, pero era la única forma de desahogarme sin pegar puñetazos a las paredes ni cosas por el estilo.
Mis padres murieron en un accidente de coche cuando yo tenía seis años. Fue una época muy mala y me fui a vivir a la casa de mis abuelos en Essex. Soporté la falta de mis padres gracias a los apoyos de mis abuelos, pero cuando tenía 10 años mi abuela falleció de un ataque al corazón. Fue rápido. No sufrió. Esa era la filosofía que mi abuelo y yo seguimos para no volver a caer en la depresión que antaño se había debido a la pérdida de mis padres. No tuve una vida llena de facilidades como la de otros niños, pero tenía lo suficiente para apaciguar la tristeza que sentía en mi corazón.
La desgracia es que hace dos años, mi abuelo, Jason Yeatts, murió. No pude saber las circunstancias porque no me permitieron hacerle la autopsia. Me lo quitaron de las manos del mismo modo en el que se va un suspiro.
Cuando se murió él ya no me quedó nadie más en este mundo que me ofreciera cobijo. La familia de mi madre nunca había tenido relación con ella, creo que ni siquiera saben de mi existencia. Así que los servicios sociales no tuvieron otra alternativa que mandarme a un orfanato de Manchester, donde viví durante casi dos años.
Nunca fui una chica modelo. No me he propuesto en lo que llevo de vida ser perfecta, porque no es necesario, ya sé que no lo soy. En el colegio no sobresalía mucho por mis notas y tampoco me hacía notar en clase, pero sacaba notas decentes. Desde que vivía en Essex había querido estudiar Criminología, Psicología, Investigación criminal,... Desde el accidente de mis padres siempre había querido investigar más a fondo pero nunca se me había permitido. Decían siempre que eso sería más perjudicial al revivir el momento. Pamplinas.
Hace cuatro meses vino una familia de Londres al orfanato. Habían querido tener un hijo más, pero descubrieron que la mujer, por culpa de pastillas de la ansiedad, se había quedado estéril. No podía tener hijos. Razón por la que querían adoptar. No sé qué fue lo que vieron en mi, pero dos meses después vinieron en mi busca y aquí estoy.
Me levanto de la silla del escritorio y me asomo en el armario. Es la hora de dormir ya y me tengo que poner el pijama, mañana empieza mi primer día de trabajo. Echo un vistazo en el espejo y veo como mi pelo negro como el azabache me ha crecido considerablemente, no me había fijado. Llevaba normalmente el pelo recogido por lo que no le había prestado mucha atención. Me pongo el pijama. Verde, mi color favorito. Resalta mis ojos que son del mismo color.
Me sobresalta la puerta abierta.
-Querida, ¿quieres que te prepare algún té o infusión antes de irte a dormir?- Pregunta la sra. Thurmond.
-No, muchas gracias... Voy a dormir pronto, me espera una semana muy dura.
Se ríe y sale de la habitación.
Me meto en la cama con mi bolsita térmica, mi felicidad es enorme al recibir tanto calor. Antes de recostarme sobre la cama saco de la funda de la almohada un libro. Estaba un poco mal cuidado, las tapas de cuero negras estaban muy maltratadas por las mudanzas y por los golpes que le habría pegado mi padre. No era un libro muy divertido, a decir verdad no entendía nada de lo que venía dentro. Eran formulas, mapas, fotografías,... No conocía a ninguno de los que habían fotografiados. Mi abuelo siempre me decía que cuando fuera mayor entendería todo y que si era un poquito dura de cabeza me lo explicaría él mismo. Ahora no había nadie que me explicara de que iba por lo que llevaba dos años intentando entenderlo, y lo entendía. El problema es que no le veía ningún sentido a nada de lo que venía escrito, no sabía como mi padre podía haber tenido eso. En un despacho de oficina no creo que sean muy útiles unos mapas o fotografías de hombres y mujeres extraños. Si fueran sus empleados... Pero es que esos papeles no los llevaba mi padre... Me desespero. Vuelvo a meter el libro en la funda y me recuesto sobre la cama. Mañana, Lunes, sería un nuevo día, un comienzo de una nueva vida como dependienta de una tienda de animales... Sería una semana muy dura, así que para estar fuerte y despierta por la mañana me acuesto y despejo mi mente de todas mis preocupaciones. Y es que era verdad que esa semana iba a ser dura, esa semana mi vida cambiaría en un giro de 360º.

Mientras en el salón del primer piso:
-Ya se ha dormido.-Dice la mujer mientras bajaba los últimos escalones.
-Tenemos que hablar Angelina, es muy importante.- Suena la voz de un hombre que estaba en la esquina de la habitación. Es el marido de Angelina, el señor Thurmond, un hombre de estatura alta. Se gira hacia su mujer que acaba de entrar en la habitación, se sienta en un sofá que hay al lado de la chimenea ya encendida y se vuelve a meter la pipa que llevaba en su mano en la boca.
-¿Qué pasa Thomas? Hacia tiempo que no cogías la pipa, ni siquiera sabíamos donde estaba.
-La encontré por instinto, y además es algo que me relaja... Pero dejemos de hablar de la pipa de una vez, esto no es lo importante.-Thomas decía nervioso.- Han llamado.
La mujer se queda de piedra. Su rostro muestra terror. Dos palabras que tan solo ellos dos podrían entender sin falta de más explicaciones.
-Pero...-Intenta decir.-...¿Qué han dicho? No nos han dado tiempo a hacer nada.
-No quieren esperar más. Lo necesitan de inmediato y no van a dejar escapar más de su preciado tiempo, ya han esperado suficiente.- Dijo el hombre con una voz dura y firme, no iba a cambiar las palabras utilizadas porque las cosas debían ser de ese modo.
-¿Eso es lo que piensas tú o lo que quieren ellos?-Dice la mujer exasperada.
-Eso es lo que ellos quieren, Angelina. No podemos hacer nada, nosotros solo somos los instrumentos para ese plan. ¿Crees que yo quiero esto?-Pregunta sin esperar respuesta.- Esa muchacha guarda algo que ellos quieren, y no van a dejar que después de todos los intentos por obtener eso durante veinte años perder la oportunidad que han obtenido gracias a nosotros.-La mujer no parecía muy convencida con lo que su marido decía, por lo que se levanta de su asiento, va hacia ella y la coge por los hombros delicadamente.-Mira, esta gente es peligrosa. A mí tampoco me gusta mucho la idea de que vengan a por la niña, me han dado la palabra de que no le tocarán ni un pelo. Solo quieren el libro que guarda.
La mujer decepcionada se desprende a su marido de encima y sube a su habitación. Le había cogido cariño a la niña por muy cabezona que fuera y aunque hubiera abandonado la escuela, pero no querían que le hicieran daño.
Thomas, molesto por como su mujer se había ido, se vuelve a sentar en su sofá en frente de la chimenea. Nunca había imaginado las cosas así de rápido. El plan era sencillo. Adoptar a la chica, sumirla en un puro teatro y acercarla lo máximo a la familia, que se sintiera una más. Pero no habían caído en la posibilidad de tal vez cogerle algo de cariño. Y ya era el momento de entregar el paquete. Los “jefes” querían ya su pedido, estaban cansados de esperar, de maquinar planes y de que todos salieran mal. No podía imaginar unas personas con tan pocos escrúpulos que fueran capaz de dejar sin vida a una familia entera por un estúpido libro. Habían caído familiar tras familiar por culpa de ese preciado objeto, y ya solo quedaba la infanta. Así que ya no lo dejarían a más. Les había rogado que a la niña no le hicieran daño y ellos le habían dicho textualmente: “La chiquilla no sufrirá, no le tocaremos ni un pelo tranquilo. Todo será rápido, ni se enterará...”. Habían sonado risas al final de esa frase, por lo que Thomas no sabía si debía fiarse o no de su palabra.
Ni había visto el libro, ni conocía el contenido del mismo, ni había visto a las personas que lo deseaban. Habían contactado con el londinense por teléfono, él no se lo había dado, pero misteriosamente lo consiguieron. Le contaron su plan, el premio que recibirían por llevarlo a cabo correctamente y las instrucciones. En ese momento la economía de la familia Thurmond había sufrido una pequeña crisis y Thomas se había quedado en paro, no tenía dinero con el que alimentar a su familia y pronto los echarían de su preciada casa, así que no lo dudo cuando escuchó la enorme suma de dinero que estos misteriosos señores les daban por conseguir un libro. Así empezó todo seis meses atrás. No le habían dicho el nombre del internado, ni dónde encontrarlo, por lo que fue muy difícil soportarles durante esos dos meses de búsqueda. Por suerte lo encontraron.
Y ahora, vienen después de otros dos meses con la chica en casa a por el libro. Esa misma tarde había llevado de vuelta a sus hijos al colegio tras saberse la próxima visita de esos señores, no quería que ningún miembro de su familia sufriera. Por lo que desde hoy, domingo 13 de diciembre de 2009, vivirán en esta casa solo 3 personas hasta la visita tan esperada y tan poco deseada por parte de estos amigos de la familia.
Iba a ser la semana más duras de sus vidas... De sus cortas vidas.

sábado, 13 de abril de 2013

Prólogo


Prólogo - El principio del fin



Tal vez había cometido muchos errores en mi vida. Tal vez debería haber tomado clases de danza en vez de ir a una escuela de Kung-fu. Tal vez debería haber continuado mis estudios en vez de comenzar a trabajar en la tienda de animales del barrio. Tal vez debería haberme quedado viviendo con mi familia en vez de escaparme de casa. Tal vez no debería haber salido corriendo y que esa misma noche de Diciembre me hubieran matado... Nada de lo que he hecho durante estos años habría pasado, aunque pensándolo mejor tomé la elección correcta. Mi destino era éste y hasta hace poco he sido feliz en esta vida, pero me he equivocado de carril y he acabado en un maldito boquete en una prisión de no sé dónde...
Me han abierto la puerta en innumerables ocasiones para que saliera a lo que ellos llaman patio de recreo, pero el frío y la inseguridad que siento al no tener a mi grupo conmigo me lo impide. Además nadie me está esperando fuera para jugar, por lo que no me hace tanta ilusión salir a tomar el aire, desde hace semanas mi único objetivo es salir de aquí. Y cuanto antes mejor.
Estudiando las multitudes de preguntas que tenía, predije que tal vez ésta fuera una de las fortalezas de reeducación para criminales perteneciente a la CIA. De entre todas, según la situación y el clima que hace, debería ser la de Transilvania, aunque tengo la pequeña duda de si me encontraré en el continente europeo... -Escuché cómo alguien, al juzgar por el ruido de pisadas, más de una persona, se acercaba hasta dónde me encontraba, por lo que despejé mi mente y preparé mi escenario de teatro. Vi una piedra en la esquina de la habitación, la puse sobre mis rodillas y empecé a hablar considerablemente alto.
- Sí, sé lo que pensarás: ¿Criminal? ¿Yo? ¿Cómo puede ser? Pues así es. Si es que no sé cómo esta gente puede pensar algo así de alguien como yo...
Mientras seguía con mi actuación agudicé el oído para oír que se decía fuera, eso era lo único que se me ocurría para recoger un poco de información.

Fuera de la habitación.
- Celda 201 – decía una voz dura, tal vez de hombre-, valiente prenda tenemos aquí metido. La doctora lleva trabajando con esta desgracia humana un mes y siguen como el primer día. Lo tienen drogado desde que llegó, no hacemos más que meterle pastillas en las comidas, sino no lo tendríamos controlado...
-¿Pero cuál es el problema? Míralo, el desgraciado está hablándole a una piedra. No creo que sea muy difícil comerle el tarro a un ser de su calaña.- Éste se trataba de otro muy distinto, una voz dura pero no tan estridente como la primera.
- ¡Ja…eso es lo que creen todos! Pero no, este salvaje es más listo de lo que pensamos...-Acercó la cabeza a la reja de la habitación y nuestras miradas se cruzaron, enseguida la desvió, se separó y empezó a golpear la puerta.- ¡Tú! ¡Prepárate que la doctora tiene algo muy especial preparado para ti!
Mientras ambos se alejaban se pudo oír entre risas: “No sabe lo que le espera...”

Como un puñal se clavaron sus últimas palabras en mi mente.
Tenía razón en que mi inteligencia era superior a la suya. Desde mi primer día aquí me estuvieron metiendo en todas las comidas pastillas tranquilizantes y somníferos. Salvo el primer día que me los tomé todos sin querer, los demás los estuve extrayendo de las comidas y amontonándolos debajo de la almohada por si en algún momento los necesitaba, seguro que me serían de gran utilidad. En segundo lugar, la doctora, si se le puede llamar así, se trata de una agente especial de la CIA. Según la información que recogí con Terry con anterioridad, es una mujer de mediana edad, puede estar entre los 50 y 60 años, que no tuvo estudios. Su padre era agente de la CIA y entró por enchufe a una de las vacantes que quedaban en el sector de psiquiatría. Nunca llegamos a averiguar cómo, pero sus métodos tuvieron una gran efectividad, con lo que fue subiendo puestos rápidamente. Poco más pudimos averiguar pues fue una misión que se nos complicó bastante, como otras muchas, pero menos es nada.
En un período limitado de tiempo esa escoria iba a volver a por mí y por fin descubriría qué era exactamente lo que esa loca hacía con los criminales y locos que llegaban hasta sus salas, quirófanos, cámaras de gas o lo que fuera que hubiese en ese lugar. 
Según había visto en el poco tiempo que llevaba aquí, poca gente salía de allí, y los que volvían no eran ellos mismos. Uno al que llamaban “Connor, el carnicero” (creo que no es necesario explicar por qué lo llamaban así) fue citado por la doctora y volvió con una flor en la mano y una cara llena de felicidad. Me dijo que había pensado ir a África a ayudar a los niños que estaban pasando hambre. Y para colmo me regaló la flor. Mientras que un muchacho, no más mayor que yo, llamado Bobby había sido encarcelado según me contó porque robó en una tienda para conseguir comida para sus hermanos y su madre, que estaba muy enferma. Supo de mano de los guardias que la pobre mujer había muerto. Pues a ese en cambio, fue muy asustado a aquella cita, se despidió de mí diciendo que era lo mejor que había conocido en toda su vida, y cuando lo vi volver me alegré durante unos segundos hasta que me fije que lo traían arrastrando y es que estaba muerto...
Suspiré.
Quién me iba a decir a mi 3 años atrás que yo iba acabar en este sitio a la espera de la muerte. Tendría que pensar un plan rápido porque en nada de tiempo vendrán a buscarme y no podré hacer nada...
Con los nervios a flor de piel empecé a dar vueltas por esa pequeña habitación esperando a que una idea llegara a mi cabeza por arte de magia. Pasaron los minutos. Pasaron las horas y no había piedra que mover, llave que robar ni compañero que viniera a mi rescate. Iba a morir o a perder el norte, que no sabía que era peor, y no iba a poder hacer nada por evitarlo. De repente abrieron la puerta y aparecieron dos hombres vestidos con una chaqueta de cuero negra. Entre los dos me cogieron cada uno por un brazo y me levantaron de la esquina donde me encontraba echado.

-¿Axl o Loreen? ¿Cómo prefieres que te llame preciosa?

Le escupí en la cara como pude y éstos embravecidos me sacaron a rastras de la habitación.
Valentino, Terry, Carmen, TJ, Matt... Tantas personas aparecían por mi mente. ¿Éste sería mi final? Mi mente se encontraba dividida en dos, en un mi vida pasaba con si una película se tratase. Cada uno de mis planes, los fallos cometidos en ellos, los secretos que tenía a mi banda, mis padres... Una lagrima parecía que iba a aparecer en mi rostro sucio, pero no apareció. En cambio, la otra mitad no había parado a descansar y ahora que subíamos por un largo pasillo empezaba a buscar más formas de escapar de este sitio. La escalera resultó larga y por si no era de esperar de caracol. En una de las ventanas que encontré vi un cielo oscuro, nubarrones de tormenta invadían todo el cielo y la lluvia no podía caer con tanta fuerza como esa noche. Al fondo me pareció ver la sombra de un aeroplano...¿Valentino? Imposible, no podría ser él... Seguíamos subiendo y pasamos una puerta que había a uno de los lados del pasillo. No me lo pensé dos veces.
Propiné un codazo en el estómago a uno de los hombres. Mientras ese se retorcía de dolor me dio tiempo a girarme para ver los ojos negros del otro hombre, que era aún más grande que el otro. Me dio un puñetazo que me tiro al suelo del golpe. Me toqué el labio. Me lo había roto. Cuando volvía a agacharse para recogerme del suelo y seguir nuestro camino, en acto de defensa propia le propiné una patada en sus partes íntimas.
-Hija de puta... Como te coja te mato... -Gritaba como podía a causa del dolor.
Me reí para mí. Le di otro puñetazo al otro tío y salí escopeteada por la puerta. Le seguía un amplio corredor, pero no me fijaba mucho en los detalles, eso sí, tenía grandes ventanales y se veía como empezaban a aparecer los primeros truenos seguidos de sus rayos. Parecía de una película de miedo. Después del mes y medio sin moverme, mi actitud física se había deteriorado un poco, pero a pesar de eso salí corriendo como el rayo. Uno de los ventanales daba a un balcón. Me planteé salir por la fachada, no sabría si podría aguantar eso. De repente, de un portazo, los dos bestias salieron corriendo en mi dirección. No me lo pensé más veces y salí al balcón. Rápidamente calculé que éste podría tener unos 3 metros de largo por 4 de ancho. Corrí con todas mis fuerzas hasta la barandilla y vi la altura desde la que me encontraba. Para mi mala suerte, estaba sobre un acantilado con un mar considerablemente en mal estado, pues ninguna persona en su sana cordura se tiraría al ver las olas que había desde una altura como la mía. Nunca había sufrido vértigo hasta ahora. Me volví a girar para pensar en otro plan y vi como esos hombres, lentamente disfrutando de su victoria, se acercaban a mí con ganas de tenerme entre sus manos. Solo había una cosa que podría hacer. ¿Podría ser mi final? Sí, tal vez aquí se acabaría mi historia y solo podía pensar en esos padres que casi ni había conocido, en esos compañeros con los que había vivido tantas experiencias y en ese hombre que había hecho que sintiera cosas que nunca había sentido. En ese comienzo. El principio de los principios, cómo yo, una chica de instituto cuya vocación siempre había sido la investigación y la psicología había acabado en estas condiciones. En una prisión en el fin del mundo, a punto de morir sin haber empezado a vivir.

El principio del fin.

Reflexiones...



<<La vida es ese pequeño espacio que hay entre el sueño y la realidad. Puede cambiar según las decisiones que tomes en el camino y muchas veces esas decisiones se pagan a un precio muy caro.

Nadie nace siendo bueno ni siendo malo, esta condición se va formando a medida que avanza la vida y los retos con los que uno se cruza en su camino. Tú puedes ser valiente y enfrentarte a él, o echarte a un lado y salir corriendo. Después tal vez te arrepientas de tus propias elecciones pero, como bien se dice, de los errores se aprende.

La familia te puede dar miles de consejos, pero al final es uno mismo quien debe tomar la iniciativa. Tal vez nunca sea la mejor decisión, pero para eso somos personas y nos equivocamos... ¿O no? Todos estos años mi instinto me ha enseñado a enfrentarme a mis problemas indirectamente y pensarme las cosas una sola vez, pues dos te hacen dudar y tres son multitud. Aunque en mi caso, el tres es el número perfecto.>>